El rostro de Greta
Un 2019 para recordar ·
El 2019 nos ha confirmado mediante el rostro de una adolescente sueca que la realidad a veces solo resulta plenamente comprensible a través de lo ... simbólico. Greta Thunberg ha conseguido en apenas un año lo que científicos, catastróficos informes de la ONU o discursos aplastantes de personalidades tan insignes como el casi-presidente Al Gore no consiguieron lograr en décadas: fabricar la conciencia universal de que el cambio climático es la principal amenaza para el planeta y para las generaciones venideras. Y lo ha logrado recurriendo a la belleza de lo simple, al valor de lo emocional, la fuerza de lo icónico.
Greta empezó a adquirir sin saberlo el superpoder de lo simbólico cuando a finales del 2018 comenzaron a llegar a los medios de comunicación esas fotografías que la presentaban sentada en el pavimento frente al Parlamento de su país con una pancarta rudimentaria en la que había escrito tres palabras: «Skolstrejk for Klimatet» (huelga escolar por el clima). Poco tiempo después, como es sabido, cientos de miles de estudiantes participaban en protestas similares a lo largo de todo el mundo, y ella, Greta, con su determinación escandinava, con la urgencia y la insolencia de una adolescente, con la obstinación pasmada de una asperger, comenzó a hablar ante jefes de estado en las Naciones Unidas, a discutir con Trump, a reunirse con el Papa, a acudir a cumbres climáticas en velero bergantín. Su mensaje es siempre simple, a veces un poco desquiciado, pero es el que ha calado y ha insuflado al fin alma ecologista al ciudadano de a pie, a la masa, la masa a la que temen los políticos, que ya empiezan teñir de verde sus agendas y programas de gobierno.
Hay precedentes e indicios que le llevan a uno a pensar que la historia personal de Greta no acabará bien, pero su actividad y su rostro icónico llevan ya el perfume de la posteridad.
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