La frase me dejó helado. Estaba en una tutoría con una estudiante de segundo de carrera que había faltado a muchas clases y cuyo rendimiento ... académico estaba por los suelos. Desde jefatura de estudios me habían informado de los problemas que estaba teniendo a raíz del fallecimiento de su madre y de la mala relación que tenía con su padre. Además, había cortado el contacto con sus amigas y apenas salía de casa. Buena parte de la charla se centró precisamente en el estado por el que estaba pasando y, en medio de la conversación, con voz firme, concluyó su relato con un severo «Me quiero morir. De esto han pasado ya unos cuantos años. Afortunadamente, y con ayuda profesional, consiguió superar el bache y hoy es una excelente directora de comunicación de una gran empresa.
Me he vuelto a acordar de ella hace unos días, cuando la universidad nos ha remitido un informe sobre el incremento del número de estudiantes con problemas de salud mental, sobre todo desde la pandemia. Y los datos asustan. Según la OMS, uno de cada cuatro españoles tiene o tendrá un problema de salud mental a lo largo de su vida, en muchos casos depresión o ansiedad. Y casi la mitad de los jóvenes de entre 15 y 29 años manifiesta haber sufrido algún problema de este tipo por culpa del acoso escolar, el ciberacoso o los complejos y adicciones derivadas de un uso compulsivo e insano de los móviles y las redes sociales.
Estas enfermedades están muy relacionadas también con el incremento de suicidios en nuestro país. Aunque aún estamos por debajo de las cifras de otras naciones de nuestro entorno, cada dos horas y media se suicida una persona en España. En La Rioja, una cada 15 días. Los fallecidos por esta causa son ya casi el doble que los producidos por los accidentes de tráfico y ochenta veces más que los causados por violencia de género. Sin embargo, de ello apenas se habla, cuando se ha convertido en un problema de salud pública de primer orden.
Hace un tiempo, una revista científica estadounidense publicó un estudio acerca de las personas que habían decidido suicidarse tirándose desde el puente Golden Gate de San Francisco. De entre las que habían sobrevivido al impacto, el 90% de ellas dijeron que, mientras caían, lo primero que se les vino a la cabeza fue que se habían equivocado, es decir, que no se tenían que haber tirado, lo que venía a refutar la idea de que muchos suicidios podrían prevenirse con la ayuda necesaria.
Mi alumna probablemente fue una de ellas, porque tuvo suerte de pertenecer a una familia acomodada que pudo pagarle los tratamientos que necesitó. Pero hay muchas personas que, por falta de medios o por vergüenza, no reciben esta atención. Necesitamos reforzar las unidades de salud mental y de prevención del suicidio, aumentar los medios y los profesionales, y hacer un gran trabajo de concienciación social acerca de lo importante que es tomarse en serio estas dolencias y superar el estigma que aún sigue pesando sobre ellas.
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