Cada mañana, Marisa se levanta muy pronto para abrir su bar. Como hace tiempo que cerró la panadería, ella se encarga de vender el pan ... al centenar de vecinos que quedan en el pueblo, casi todos jubilados. Sirve cafés, cerveza y vino a quienes van pasando por allí durante todo el día. Y de vez en cuando atiende también a algún turista despistado.
Pero el bar de Marisa es mucho más que eso. Prepara comidas para personas mayores que ya no pueden hacerlo por ellas mismas. A veces recoge paquetes si el repartidor de turno no sabe dónde dejarlos y, cuando baja a Nájera o a Logroño, aprovecha para hacer algún recado a los vecinos. Las paredes de su establecimiento son la red social del pueblo, porque allí se van colgando carteles, bandos municipales y esquelas con los difuntos de la zona. Y es también un refugio donde paliar la soledad, especialmente entre los mayores. Allí van a jugar a las cartas, al parchís o al dominó, a ver la tele en compañía o simplemente a charlar un rato.
Marisa abre los 365 días del año. Desde bien temprano y hasta la hora de la cena. Para ella no hay horarios ni fiestas ni vacaciones. Lo mismo que otros muchos bares que subsisten a duras penas en pequeños pueblos de La Rioja viendo cómo, poco a poco, su clientela va envejeciendo y mermando con el paso de los años. Durante los fines de semana y las fiestas parece que hay algo más de animación, pero no deja de ser un espejismo. El invierno es cada vez más largo y el verano, cada vez más corto.
Los bares de pueblo se mueren, porque son los propios pueblos los que se están muriendo. Primero fueron las tiendas, luego las sucursales bancarias, después se perdieron las escuelas y, ahora, solo faltan por cerrar los bares, lo único que les queda a muchas pequeñas localidades para no terminar convirtiéndose en desiertos. En España, ya hay casi 1.500 municipios que no cuentan con bar, lo que representa un 18% del total, casi todos ellos de menos de 200 habitantes.
Marisa aguantará hasta que se jubile. Pero ¿quién cogerá después su testigo? Probablemente nadie, como ha pasado ya en otros muchos pueblos. Por eso, es urgente que los políticos tomen medidas, en un momento además en el que a todos se les llena la boca hablando de potenciar la España vaciada.
Hay sitios en los que los propios vecinos han creado sociedades o cooperativas para mantener abiertos los bares. En otros, los ayuntamientos están ofreciendo ayudas para encontrar interesados que los gestionen, como vivienda gratis o pagarles la electricidad. Pero debemos ir más allá, planteando por ejemplo exención de tasas, subvenciones o aligerar burocracia. Tenemos que entender que los bares de pueblo no son solo un negocio, ni siquiera simples lugares de ocio. Desempeñan una importante función social y comunitaria y son quizá el último dique de contención contra la despoblación, porque favorecen la sociabilidad y la convivencia, evitan el aislamiento y la soledad y aportan también seguridad y sensación de vida a los municipios.
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