Ante la ola de ultraderecha que nos invade, nuestra única esperanza son los caballos. En el género humano podemos confiar poco. Mi perro Curtis se ... comporta con mayor dignidad cuando le doy de comer que el señor Rutte, secretario general de la OTAN, que se le puso a hacer piruetas y monerías a Trump como si le llevara trocitos de jamón de york escondidos en el bolsillo. Ni siquiera la señora Von der Leyen, de la que uno hubiera esperado una cierta severidad de institutriz germánica, se condujo con un mínimo decoro en la Casa Blanca y prefirió asumir el papel ornamental y no demasiado intrépido de las gatitas de angora. Tampoco esperamos ya grandes cosas de la señora Kallas, alta representante de la UE para la política exterior, que, en lugar de cantarle a Netanyahu la Traviata, como hubiera cuadrado con su apellido, va susurrándole nanas con timidez.
Estábamos los europeos abandonados por nuestros caudillos, mohínos y cabizbajos, enredados en nuestras pequeñas miserias, cuando por fin hemos encontrado un líder de verdad. Qué gozo cuando lo reconocí. He ahí –me dije– a nuestro Churchill, el De Gaulle de estos tiempos oscuros. Si Calígula designó senador a su caballo y Jesús Gil consultaba las más graves decisiones con Imperioso, nosotros debemos confiar en ese corcel de la Guardia Real británica que, en pleno desfile, al llegar a la altura de Donald Trump, dejó caer al suelo con torería y desplante un carajón monumental, apoteósico, inapelable. Era –¡por fin!– la respuesta que esperábamos los ciudadanos del Viejo Continente. Propongo nombrarlo alto representante de la UE para la política exterior. La señora Kallas, en todo caso, puede llevarle el pienso.
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