El pasado febrero se inauguró una magnífica exposición en la Casa de las Ciencias dedicada a María Skłodowska-Curie. Hace pocas semanas fui a visitarla ... y me pareció tan interesante que, incluso, pedí un cartel para enmarcarlo y colgarlo en casa. Cuando el establecimiento me avisó de que ya estaba listo, le propuse a mi nieto Miguel que me acompañara a recogerlo y le prometí un helado. Aceptó encantado, observó todos los cuadros con su curiosidad habitual y, al salir, preguntó si la señora del retrato era algún familiar. Le aclaré que no, y ante su extrañeza de que colgara la imagen de una desconocida, tuve que explicarle que se trataba de una persona muy importante en la historia de la humanidad. Le conté que Marie Curie había recibido dos premios Nobel. Como Miguel solo tiene seis años, desconocía el valor de estos galardones, así que le informé de que son los más prestigiosos del mundo. Entonces quiso saber qué había hecho la señora de la foto para merecerlos. Y le expliqué que descubrió el radio y el polonio, elementos fundamentales para el desarrollo de la radioterapia, que cada día salva millones de vidas.
Sé que muchas personas habrían terminado ahí la conversación, pero me resultó inevitable añadir que Curie lo tuvo muy difícil por ser mujer, ya que en su época era casi imposible que una niña pudiera acceder a la educación. Tal vez piensen que Miguel es demasiado pequeño para comprender todo esto. Y es cierto, yo le hablo de estos temas solo para ver su reacción, pero también es verdad que maneja conceptos bastante más complejos, como el sistema circulatorio de los pulpos y sus tres corazones, o el hecho de que Plutón ya no sea considerado un planeta.
Probablemente era la primera vez que oía hablar de la discriminación histórica hacia las mujeres. Me respondió que en su colegio eso no pasaba, que las niñas estudiaban igual que los niños. Le di la razón y le expliqué que ese derecho a la igualdad se había conquistado a base de mucho esfuerzo. Por eso, le dije, era importante que él también la defendiera.
Entonces me sorprendió al decir que no podía hacerlo. Le pregunté si era porque no estaba de acuerdo, y me respondió que no: simplemente no quería molestar a nadie, y pensaba que quizás había personas a las que ese asunto no les parecería bien. En ese momento llegamos a la heladería. Corrió hacia el mostrador para escoger el sabor de su tarrina. Yo también elegí el mío y nos sentamos en un banco, con el cartel de Madame Curie bajo el brazo. En silencio, mientras saboreaba mi helado favorito, comprendí que Miguel me había dado la clave de la falta de compromiso ante las injusticias: el miedo a incomodar.
Admiro a Madame Curie porque sus investigaciones continúan salvando vidas. Y me opongo firmemente a los dirigentes que respaldan al Estado de Israel que provoca la muerte de miles de seres humanos, incluidos niños como mi nieto. No dudo de que muchas personas decentes están en contra del genocidio en Gaza y que miran hacia otro lado por temor al enfrentamiento. Miguel es un niño, y actúa como tal. Pero, dicho sea de paso, el silencio y la indiferencia ante un crimen contra la humanidad no tienen justificación.
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