Una individúa llamada Bel (por Isabel) Olid, ha publicado un sesudo ensayo titulado 'A contrapelo: depilación, sumisión y auto-odio'. Es un alegato para incitar ... a las féminas a rebelarse contra el afán de rasurarse las partes pudendas –y no tan pudendas–, acto que la señora Bel, ensayista de lo piloso, aduce «es un mandato de género». No creo que ningún hombre –en la acepción más normal del término– sea capaz de doblegar a mujer alguna para que actúe sobre su selvática geografía obligándola a depilarse, afeitarse, o dejarse melena abundante en cualquier parte de su sacrosanto cuerpo. El ciudadano Iscariote Reclús, practicante del naturismo y la aerofagia, decía, años ha, que el vello y el cabello son gala y ornato de la especie, por la misma razón que las ranas son calvas. Por tanto, tampoco parece que la tal Bel haya descubierto la pólvora con esa arenga contra la depilación.
Una colega suya de militancia política, Anna Gabriel, también demostró aficiones naturistas en su periodo de parlamentaria en Cataluña, cuando se olisqueaba en su escaño su ¿peludo? sobaco. Claro que eso fue antes de su huida a Suiza, donde ha moderado sus instintos primigenios cambiando su corte de pelo a lo tazón, por una melenita modosa, más acorde con ese país tan pulcro y neutral. Renovarse o morir.
En todo caso, no dejo de recordar a aquel fulano que tenía pelo hasta en el nacimiento de las uñas, y ante el médico y mostrándole la frondosa selva de su cuerpo, le espetó: ¿Doctor, qué padezco? A lo que el galeno (ceceante) respondió: ¡'padece' un ozo!
Pero en fin, lo realmente chocante no es que la señora Olid escriba sesudos tratados sobre cualquier cosa: está en su pleno derecho, ¡faltaría más! Lo sorprendente es que denuncie la obligación de cualquier mujer, por mandato masculino, a someterse a una depilación inmisericorde de sus vías bajas (y altas, que también las hay con bigote) ¡Buenas son ellas, y con razón! Hacen de su capa un sayo y díganme quien es el guapo que les cambia su criterio.
Ahora que de nuevo vuelven a la carga contra nuestro emérito, exiliado en algún lugar del Golfo Pérsico, me asalta la duda de cómo serían sus apetencias –en su disoluta vida carnal– sobre este asunto de melena sí o melena no. No imagino a la tal Gorrina Larsen, perdón quería decir Corinna (en qué estaría yo pensando), con algo más que cuatro pelos rubios, ralos y desvaídos, en cualquier rincón de su grácil cuerpo. Y en todo caso alejada de esa racial y llamativa explosión de 'vello negro y abundante' que dice poseer nuestra libre pensadora Bel. Que además se declara como cisgénero (que no sé lo que es ni tengo curiosidad por saberlo) está casada con un transexual que presume de barba (está claro que lo del pelamen es una obsesión en esta chorba) y del que espera un hijo, al que inscribirán en el registro, evidentemente, con nombre neutro.
Espero que desde el Ministerio de la Verdad, Iván Redondo, jefe de la cosa, no censure las profundas y lanosas reflexiones que anteceden, diciéndome que en adelante ¡ni hablar del peluquín! (muy ad hoc en su caso).
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión