Si no fuera porque el asunto no es como para hacer humor negro, me regodearía con la rumba «el muerto vivo», cuya letra parece que ... viene al pelo del recuento de muertes a causa del coronavirus. El cambalache de cifras que se han traído entre el Ministro Illa y Simón «el Estilita» bien podría haberles hecho tararear, al alimón y en cada rueda de prensa: y no estaba muerto, no, no, estaba tomando cañas, lerelelé... como si fueran un redivivo Peret y sus palmeros.
Una estafa insana se ha esparcido como si España no pudiera salir de ese bucle en el que la política, y tantos políticos de cualquier ideología, sólo sirven para intentar hacernos, a su imagen y semejanza, mediocres. Y lo malo es constatar que esa mediocridad ha mutado a los partidos en oficinas de empleo, cuyos corifeos son aupados a puestos para los que, la gran mayoría, no están ni remotamente preparados. Pueden ser ministros o entrar en Consejos de Administración y un largo rosario de cargos con el único aval de la militancia o del amiguismo. Y como para muestra vale un botón, ahí tenemos a Montilla y Blanco, tándem que bien podría servir para nombre comercial de una bodega –mezcla entre amontillados y albariños–, dos inútiles de reconocido prestigio, a los que veo inmersos en la gestión de una empresa, participada por el Estado –plagada de momias de todos los colores–, aportando lo mismo que Abundio, que vendió el coche para comprar la gasolina. Añadamos a un tal Koldo, cuyo encomiable afán de superación le ha llevado de portero de puticlub a consejero de Renfe Mercancías, que no está nada mal. Tanta mediocridad lo mismo sirve para un ignominioso pacto con los herederos del terrorismo que para buscar el apoyo de separatistas, tras lo cual y en plan «la perseguida hasta el catre» comparecen Lambán, García Page, Puig y Fernández Varas, entre otros notables, haciendo mohines y aspavientos como plañideras a sueldo, pero sin ir más allá de una histriónica gesticulación de cara a su peña local.
La acción de Marlaska, en ese quilombo que le hizo fulminar a un alto cargo de la Guardia Civil –por cumplir con la Ley–, vuelve a denotar que alguien que creímos inteligente, y que lo debió ser (sacar unas oposiciones a juez no está al alcance de cualquiera, o tal vez sí visto lo visto), se ha debido reencarnar en mediocre.
Y qué decir de la ministra del suelo pegajoso, jo tía!, «sola, fané y descangayada, quiero llegar a casa», reconociendo, a toro pasado, el riesgo de las manifestaciones del ocho de marzo, no en lunfardo, sino en el más rabioso estilo de voz a lo salmonete, de pijos calificados por ellos mismos como «Cayetanos». ¿No es una prueba más de mediocre inmoralidad? Y para postre, el vitriólico vicepresidente, ese fariseo de voz impostada, sermón de curilla inofensivo y sumisión fingida, repartiendo conspiraciones, tramas golpistas y policías patrióticas, en «cristalino» vómito con el que envenenar y hacer más mediocre nuestra democracia. ¿No será por aquello de que «se cree el fraile que todos son de su aire»?
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