La infancia es un tiempo propenso a creer en los monstruos y a huir de ellos cuando los imaginamos pero con el paso del tiempo ... entiendes cuáles son los verdaderos demonios que nos acechan. Ya saben que Frankenstein ha vuelto de la mano del oscarizado director de cine Guillermo del Toro. Creo que la película es magnífica, hasta los mínimos detalles están tratados con esmero gracias a una estética muy cuidada que adapta con destreza las atormentadas vivencias de Víctor Frankenstein, el padre de ese demonio al que rechaza nada más crearlo. Del Toro es un gran hacedor de atmósferas tan irreales como verosímiles, recuerden 'El laberinto del fauno'. De Frankenstein se han hecho muchas adaptaciones pero la protagonizada, en 1931, por Boris Karloff queda para la historia antigua del cine.
Hay textos literarios que siempre regresan. La explicación es sencilla, perduran porque invitan a los lectores a hacerse tanto preguntas universales como a plantear dudas eternas en la historia de la humanidad. 'Frankenstein o el moderno Prometeo', la gran obra de Mary Shelley, es un ejemplo. Que fuera capaz de escribir un texto tan impresionante en 1816, cuando sólo tenía 19 años, es algo que siempre me ha cautivado. Su moderno Prometeo, que evoca al que desafió a los dioses y robó el fuego para dárselo a los hombres, encarna el espíritu romántico de la época desde el que escribe Mary Shelley. Ella, hace dos siglos, ya planteaba los límites de la ciencia y su utilización, algo que tiene una modernidad premonitoria. Pensemos en la inteligencia artificial, la robótica o en avances genéticos. Shelley iguala al hombre con los dioses porque la ambición de Víctor Frankenstein forja, con retales de cadáveres, un ser sin nombre del que reniega. Pero su creación, a su pesar, tiene inteligencia y sentimientos. Su obra nos cuenta que viajar a lo secreto lleva a la autodestrucción y al dolor a los hombres.
Creo que de todas las versiones que el cine ha hecho de la novela, la adaptación de Guillermo del Toro, más allá de reinterpretar algunos aspectos y de otras licencias que se ha tomado el director, es la que mejor atrapa el espíritu de la obra de Shelley. Esa frase de la novela en la que ese demonio sin nombre se revuelve contra su creador y le espeta: «Soy malvado porque soy desgraciado», es la señal de su verdadera humanidad. El filme cierra con una cita de Lord Byron: «Y así, el corazón se rompe, pero aun roto, pervive». Es normal que Del Toro haya humanizado a ese ser desconsolado reconciliándolo con su torturado creador al que, lleno de bondad, perdona en su lecho de muerte. Es la vida, es la generosidad del excluido y la única esperanza porque los auténticos monstruos somos nosotros y los realmente humanos son esos demonios que nuestra soberbia ha creado para, un día, castigarnos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión