Hay días en que doy gracias a la vida por estar aquí y por ser un amante declarado de la música eterna, que me permite ... vivir en profundidad la infinita belleza de la música. El sábado tuve ese sentimiento a lo largo de las dos horas y media que duró el concierto del inmenso pianista Grigori Sokolov (San Petersburgo, 1950), un ejemplar excepcional e incomparable en el pianismo mundial, cuyas versiones, aparte de superar todos los niveles de perfección formal y virtuosismo imaginables, tiene ese plus único de trascender el concepto de interpretación para pasar a ser una 'penetración' en el alma de cada obra, en sus valores y bellezas más divinas, expresadas de forma cristalina, con una naturalidad y delicadeza que te atrapan sin remedio.
No había en el programa del concierto la menor concesión a un público normal, ni siquiera en las seis propinas ofrecidas había una sola obra de las consideradas 'favoritas', de las que suenan a todo el mundo, pero eso, con Sokolov, no tiene la menor importancia, porque es capaz de dar vida sobrenatural a todo lo que hace, magnetizando al oyente de forma inevitable. De hecho, el programa se iniciaba con una obra muy poco habitual, las quince variaciones op. 35 de Beethoven llamadas 'Eroica' por el protagonismo que tienen en el último movimiento de su 3ª Sinfonía, también sobretitulada 'Eroica'. Ya desde la Introduzzione se veía que no se trataba de una lucha descomunal del artista contra el piano hasta dominar una obra compleja como tantas veces vemos, sino de una entente cordiale de intérprete e instrumento para desentrañar todos los encantos y magias sonoras que se esconden en cada una de las quince variaciones, buscando con exquisitez el color y el carácter de cada una, hasta llegar a esa bacanal musical del Finale alla fuga con los dedos volando sobre las teclas casi sin rozarlas. ¡Algo impresionante!
Los tres Intermezzi op. 117 de Brahms aparecen en los conciertos de Sokolov desde hace muchos años, en continuo perfeccionamiento, hasta conseguir este emocionante canto a la nostalgia que impregna toda la obra, descubriendo emociones y sentimientos de una hondura excepcional. Completaba el programa oficial la Kreisleriana de Schumann, maravillosamente narrada por Sokolov con sus manos regordetas jugando graciosamente con el teclado, acariciándolo como si fuera un lienzo de terciopelo, con la pulsación exacta de cada dedo para conseguir el sonido, el acento y la intención más bella en cada acorde y la transparencia más cristalina en cada frase. Todo el recital fue un generoso manantial de música divina expresada a flor de piel. Completó el concierto, entre el entusiasmo del público que llenaba la sala de cámara de Riojafórum, con nada menos que seis propinas de Brahms, Scriabin, Rachmaninov (dos) y Chopin (otras dos): otra media hora maravillosa añadida a ese catálogo de intensas emociones vividas, que casi consigue estropear un buen sector del público abandonando ruidosamente sus asientos entre cada propina, en una falta de educación intolerable. No creo que fueran conscientes del acontecimiento musical al que estábamos asistiendo. Pero bueno, esto es Logroño y ya sabemos lo que da de sí, aunque este es un tema que prefiero dejar para otro día. ¡Quedémonos con el regusto de uno de los mejores conciertos de piano visto en Logroño en toda su historia!
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