Al inicio de este otoño falleció el periodista riojano Crescencio Cañas Alesanco. De tan buen recuerdo. Algunos de sus 80 años los compartimos en dos ... medios de comunicación diferentes, que, por empeño empresarial, han terminado siendo uno. Este. Recuerdo la sala donde Arturo Cenzano y Crescencio Cañas torturaban teclas de tradición Olivetti, el más bizarro tratamiento de textos. Ambos padecían querencia de poetas y entre los sucesos y municipalerías que habían de contar ese día, amagaban versos y, sobre todo, debates escolásticos insólitos, como la afinidad ideológica entre el derechísimo Rufino Briones y el poetísimo Dante Alighieri. Imposibles bien concertados a base de ironía, ingenio, sarcasmo y, sobre todo, zorrería, que amenizaban a las otras olivettis de la sala. Una de las zorrerías más envidiada de Crescencio era su capacidad para salir en busca de un reportaje y regresar con tres. Sabía percibir historias, despertaba confianza, provocaba confidencias, garabateaba media hoja en el cuaderno y un documental completo en la cabeza; luego dosificaba la publicación y triplicaba sus días libres. Como final feliz, con sonrisa medio encriptada, ajena a la chulería, con una redacción elegante y funcional dejaba los papeles en talleres.
En ese momento encrucijada en todo el país, otro periodista, José Luis Peñalva, está reconvirtiendo la delegación riojana de El Correo Español en un nuevo periódico. Y Crescencio, al que fichó e inmediatamente ascendió a Súper Cres o simplemente Súper, iba a ser herramienta clave.
Tropiezos que da la vida, casi a la vez yo me quedo sin empleo por unos artículos «políticamente incorrectos». Eran los años del dictador que moría matando, y choqué con el Gobierno Civil, con los juzgados y con el Tribunal de Orden Público. Crescencio y yo nos llevábamos bien y acudí a contarle mis penas a su nuevo curro, en el Espolón. Ignoro cuál fue su estrategia pero salí con mejor trabajo y muy cordial compañía. Peñalva era entonces –sigue en ello– un torbellino, una constante tormenta de ideas, irreverencias sarcásticas y devociones inquebrantables, oficiante a nivel local de su peculiar periodismo de investigación. Ese naciente Correo extrajo de los entresijos del asfalto los nombres y figuras de los nuevos alcaldes, senadores y diputados de toda La Rioja antes de que ellos mismos lo supieran y de que la Constitución generara el espanto de las elecciones libres. La mayoría de ellos fueron efectivamente elegidos.
Con la transición Peñalva ascendió a la central de Bilbao y Súper Cres, su previsto sucesor, quedó un tiempo anclado en esa previsión. Tras idas y venidas, cambios y recambios de despachos, por fin Cres se instaló en una tranquila, eficaz y provechosa dirección de la edición riojana.
Yo me había ido a otra empresa y seguía colaborando bajo su dirección. Además «pintaba» y en la clausura de una exposición le invité a una cenita en el acogedor sótano del Colegio de Ingenieros. Cres poseía una sólida cultura de la que no alardeaba y me cohibía la propuesta. Aceptó. Casi con entusiasmo.
Otra entrañable hornacina del retablo de mi memoria.
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