El ángelus news avisa de alerta amarilla por vientos en la Ibérica; de cobro bancario excesivo en el recibo que todos los meses es excesivo; ... de que Hacienda se va a comer el salario mínimo; de que Popeye Trump lo que se come son espinacas a la Gaza con todos los netanyahus del mundo invitados a la mesa; de que una ONG, Perspectivas desde México, anuncia el descubrimiento de un retrato oculto bajo un 'Ecce Homo' de Tiziano... Ohhh, qué alivio, un Eccehomo. El esquilillo del móvil se exalta. Me lo quedo.
La perversión de las masas y los enredos del lenguaje rescatan maravillas del retablo nacional y apaciguan las odiseas y trancazos de la actualidad. Con medida, que Eccehomo no hay más que uno y no es de Tiziano, es de un tal García, de aquí al lado y estruendosamente viral, el Eccehomo de Borja, único con denominación de origen, como la Maja de Goya, el monstruo del Lago Ness, el bolero de Ravel, la Virgen de Lourdes o los cogollos de Tudela. Revienta de fama porque una entrañable pinturera le encajó una restauración a la brava, irreparable estropicio primero, que por poco termina con su cuerpito serrano en la trena, y mimadas figura y figuranta después por miles de fieles turistas que contemplan lo que dejó, un Cristo de expresión tranquila, afable, risueña, casi burlesca. Muy chulo, le ha quitado cien años, mil espinas y veinte latigazos de encima y le ha añadido noticias, reportajes, chistes, homenajes y hasta una película.
El desconcierto del arte. ¿Quién dice qué imagen vale? Ya, millones de expertos y estudiosos absolutamente cualificados. Quizá el don de la trasgresión y la autonomía personal le llegó tarde a esta voluntariosa restauradora, como a traición. El perol del arte lleva siglos acumulando y digiriendo figuras de melenas fuera de tiesto, ojos lisiados, caras rotas, labios inflamados, petulantes belfos. Belfos como los del actual y controvertido Eccehomo. O como los de los autorretratos del venerado y escabroso Francis Bacon. Comparación heterodoxa, hereje, trasgresora.
Bacon fue un pintor transcendentemente trasgresor, subversivo, hereje del expresionismo figurativo del siglo pasado. En su autorretrato revela de sí mismo lo que veía en él Margaret Tatcher, mandamasa británica de reconocida finura espiritual: «asquerosa carne en descomposición». El pinturero irlandés fue un prolífico innovador, de dura y voluble trayectoria vital, indagador arriesgado, buscador de oscuras revelaciones. Una de sus apuestas más potentes es su recreación del Inocencio X de Velázquez. Si el sevillano captó una expresión de autoridad, «acércate si te atreves, que te vas a enterar», la copia del irlandés añade fiereza, mortaja de gritos y violencia. Muy fiel al lema del pontificado de un Borgia: «Alleviatæ sunt aquæ super terram» (Las aguas fueron levantadas sobre la tierra), el tsunami de su pasión de mando. De tsunami a tsunami, Inocencio X en los años cincuenta del siglo XVII, Inocencio Bacon en los años cincuenta del siglo XX. Tres siglos no es nada.
Y si el guaperas, perfeccionista y precursor don Diego levantara la cabeza, ¿lo entendería? Se admiten apuestas.
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