La mejor glorieta de Logroño, la Glorieta, está a dos días –seis meses, dos años, ya se verá– de ser un átomo del Village neoyorkino. ... Alcalde y concejal de Arquitectura, señores Escobar y López-Araquistáin, lo aseguran el lunes 12 febrero 2024. Lo aseguran el miércoles 19 de febrero 2025. Lo aseguran el jueves 19 de febrero 2026. La Glorieta aguanta, es su gloria. El país aguanta, aguanta las preguntas y todavía más las incógnitas. Cuál es la razón por la que las obras públicas casi nunca cumplen los plazos. O dicho de otra manera, cuál es la razón por la que un poder público sestea en contrataciones o sobrelleva con resignación que empresas privadas incumplan los plazos contratados. Quizá esta obra pequeña en dimensión y coste rompa la racha y alivie lo de las cien tiendas abiertas en canal a medio metro. A doscientos metros el soterramiento. A dos kilómetros la autovía A12 sin rematar.
La Glorieta, el paseo plaza del Doctor Zubía, de atractiva contundencia vegetal, lleva más años metida en los programas electorales en la sección reformas y mejoras que el salario mínimo. Viene desde la primavera de 1841 cuando el Ayuntamiento compró por 600 reales de vellón un terrenito de cuatro celemines para ornato y asueto. Luego se adosó el Instituto bautizado Sagasta, donde profesó ciencia y cultura don Ildefonso Zubía, que rebautizó el terrenito. Al llegar la guerra, quizá por mitigar algo, el Ayuntamiento trazó y trabajó lo que en base sigue: pérgola, zonas ajardinadas, estanques circulares, jardines a poniente, estatuillas de ángeles, de apodo 'meones', creados por el escultor Joaquín Lucarini, sustituidos a su caducidad por los del escultor Vicente Ochoa, ahora los del escultor Ricardo González, en bronce.
En los años de la transición alternó el asueto popular con casa de acogida de personas en vías de exclusión, duros de oídos a cocinas económicas y hogares tutelados. La voluntad de transgresión de unos, la voluntad de intransigencia de otros y la voluntad quemada de todos incomodaron paseos y sentadas. Con algún que otro sucedido. Un día de verano una mujer apretaba en su mano el brillo de algo que dirigía en directo al pecho de su camorrista santo. Los ocupantes de otros bancos ni vieron ni oyeron lo que iba a pasar y nadie estaba allí ni sacó el móvil. La fe ciega en la providencia compensó a los despistados con la aparición de dos municipales, que saludaron a los samurais entre jocosos y amenazadores. «Hale, ya vale, a ver si dejáis de dar la barra». Unos dejaron la barra, otros se arrellanaron más hondo en la muelle madera y otros se abrieron hacia el Espolón. Agobio zanjado. ¡Qué perfume de flor de cuchillo! La benevolencia de la memoria ve al agente García habilitando rehabilitadoras barracas. La fortaleza de las lunas negras y la agresividad del caballito frío, gloria en Lorca. La estética de la violencia da más que pensar que las obras públicas. El pálpito a «caballito frío» tintinea todavía al cruzar la Glorieta. Mientras llega su gloriosa resurrección queda el alivio de Gorgorito y el Concéntrico, ambigua combinación que también da mucho que pensar.
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