Las comisiones de investigación que, se supone, se montan para saber qué pasa aquí siempre llegan a la irrebatible conclusión de que algo pasa aquí. ... Dada la creatividad y resiliencia que a destajo aplican –a voces– lo/as comisionistas se expande y explota en cientos de algos. El qué se deja para otra comisión. Que llegará a la conclusión de que es preciso abrir una comisión para saber qué es el qué que pasa aquí y por qué cada día amanece con otro qué.
Esto no es normal. Estos chicos, ellos y ellas, se lo tienen que mirar. Son diputados/as, senadores, alcaldes, asesores y otras representaciones institucionales elegido/as para servir a la patria. Hombres y mujeres acogidos a la sombra del árbol que más calienta, el Partido, cada uno al suyo, Padrino aceptado como institución legítima desde que los griegos se hicieron demócratos (que no demócratas, el invento nació con las chicas fuera). Cada vez que toca el rebato de arrejuntarse se estrujan el coco para dar con los adjetivos más descalificativos y los titulares más belicosos. Ánimo, Perico, que todo se sabe y algún plumilla o microfonillo lo cantará y contará, incluyendo los detalles que matizan la batalla. Les va el sueldo en ello y se lo sudan a riesgo de que les atropelle algún rebote de alguna de esas señorías, asesorías o simples conocimientos arrimados a la untada. Que a veces mata.
En el fondo sobrenada el dinero, esa droga que crea dependencia y cuya metadona es más pasta, más pasta, más pasta, salga de donde salga. Hasta que algo se escapa, un mal aire, un soplo atravesado, y la cagan. Ellos. Las cagadas son de ellos. A mí no me miren, yo no sé nada, yo no he sido, ni ése, ni aquél, ni Cristo que lo fundó, todos estamos limpitos, recién mudaos. Es duro y descorazonador reconocer que los que la cagan están allí por nosotros, son nuestros representantes o representantes de nuestros representantes. Son nosotros. Los hemos votado, los hemos colocado allí ¿La hemos cagado? Pues, en demasiadas ocasiones así parece, pero por muchos golpes que nos demos en el pecho electoral las urnas no admiten devoluciones.
La cagada es con suerte un coprolito aislado, un excremento que no se excreta, pegote secajoso, algo rasposo, inofensivo, muy ecológico, revelador de qué se ha comido, dónde y puede que con quién. Es lo que descubrió un día de 1829 la científica Mary Anning: son pistas. Si esas pistas las organizan adecuadamente la IA y la UCO podría habilitarse un medio de prevención, la coproloscopia, especialidad adscrita a la fontanería política: si se sabe qué ha pasado, se podrá evitar que vuelva a pasar. La endoscopia personalizada, candidato/a a candidata/o, como requisito previo a las elecciones podría blanquear el horizonte. Cosas más peregrinas se han inventado. Siempre será más llevadera una corrida del tracto digestivo cada cuatro años que andar cada tres por dos corridos por los juzgados y otros medios de comunicación.
Qué sería del mundo sin los medios de comunicación. Gloria bendita, la mejor terapia, si nadie sabe que hay coprolitos, no hay coprolitos. La MaryAnn tiene la culpa por descubrir pistas.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión