El domingo pasado me hallaba serena y pacientemente apoltronado en el sofá hogareño leyendo a Luis Carandell en su 'Diccionario de la españología', que atesora ... palabras y expresiones bastante singulares utililizadas en el lenguaje habitual de esta hermosa nación. Acababa de fijarme en la explicación de 'Comida divina': «Lo dice la gente de alguna croquetas y algunas empanadillas que sirven en algunos bares y mesones. Es comida divina porque solo Dios sabe lo que llevan dentro».
Justo me había fijado en dicha calumnia gastronómica, cuando mi Maite le dio a la tecla del telediario de la noche y he aquí que las cámaras apuntaban a numerosos ciudadanos italianos que cantaban a la brava el himno de Italia desde los balcones de sus casas como musical oposición a la pandemia del coronavirus. Inmediatamente mi mente se fue al año 1564, fecha en que el Juan Fernández de Egüés, alcaide del castillo de mi pueblo, facilitó «quince libras de pólvora que dio para los arcabuceros que andaban de noche por la villa con atambores y tirando soltando arcabuces por consejo de los médicos por hacer regocijo y animar a la gente por lo de la peste y contagio que andaba». No extrañe a los lectores esa práctica; los archivos municipales de muchas villas y ciudades reiteran frecuentemente estos métodos más o menos ruidosos o melodiosos que recorrían rúas, calles y plazas con el fin de levantar el ánimo de la gente, sobre todo de los enfermos.
Aparte de estas disquisiciones históricas, qué pena penita pena el espectáculo de división regalado por los diputados estos días en el Congreso madrileño y saturado de tiquismiquis partidistas en un momento en el que se requiere unidad a la hora de aplicar las mejores soluciones posibles. No obstante, fuera de esa pequeñez sin importancia, hago constar mi más sincera admiración y felicitación a esos escasos congresistas presentes en tan distinguida ágora que hasta fueron capaces de regalar un cerrado aplauso de casta a Valentina, la señora de la limpieza. Al transmitirme el suceso mi vitoriana, que presenció la epopeya en la tele, dos lagrimones de agradecimiento por tal detalle hacia el proletariado al que pertenezco esquiaron por mis mejillas y fueron a depositarse delicadamente en el plato de sopa de ajo que estaba cenando. Ay, España de mis amores, siempre tan señorial y cañí.
Así que acabo de degustar mi manzanilla mañanera, salgo a por el pan y el periódico y cierro filas con esta sentida jota: «¡ Viva La Rioja en redondo / desde Alfaro hasta Foncea, / y abajo el coronavirus / desde el Ebro hasta las sierras!». Änimo y cumplan las recomendaciones. Cuidadín.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión