El inesperado apagón, o esperado, según quien lo cuente, me pilló en el pueblo. No tengo especial interés en saber las causas, que no sé ... cuándo se conocerán, porque hace tiempo que la verdad dejó de ser virtud para convertirse en carga y sólo importa «el relato». Aunque, bien pensado, no estaría mal que, por una vez y sin que sirva de precedente, o mejor si es sentado el precedente, se nos contara lo que realmente pasó, aunque la verdad pudiera dejar en evidencia a algún relator, que tampoco perdería mucho porque no se puede perder lo que no se posee. Sí, me pilló en el pueblo, donde no hay ascensores ni metros ni distancias insalvables a pie, así que no me causó problemas hasta la hora de comer. Al pensar en calentar la comida, recordé un par de camping gas que había por la huerta, pero no funcionaban por falta de uso, así que tuve que echar mano del quemador de butano, utilizado para hervir las conservas y para preparar la comida del perro –mi can vive en su caseta con cercado, come sobras cocidas: restos de verduras, huesos y pan, y, a sus diez años, jamás ha estado enfermo–.
De niño, en el pueblo, había luz de dos pequeñas centrales hidroeléctricas que, en invierno, daban, más o menos, servicio a las casas, pero con el estiaje del verano no había luz más que unas pocas horas y muy débil. Y no pasaba nada. No nos afectaba especialmente, como tampoco que no hubiese agua corriente o que nadie tuviese coche. La vida seguía su curso sin problemas. Ahora, cualquier pequeño percance es un drama, que pone de manifiesto la fragilidad de la naturaleza humana, inerme ante cualquier pequeño contratiempo como el apagón.
Si lo pensamos detenidamente, viendo la extrema complejidad que acompaña cualquier acto de nuestra actual vida, lo extraño es que las cosas funcionen, pues casi todo acaba dependiendo de alambicados sistemas digitales de difícil entendimiento y complicada sustitución; sin embargo, no aceptamos disfunciones y pretendemos que desaparezcan errores y averías. En el fondo, me temo que es consecuencia de la creciente tendencia que tiene el hombre a vivir como si fuera inmortal, creyéndose capaz de dominar absolutamente todo. Y quizá deberíamos recordar las palabras del poeta: «Vuela el tiempo, / de todo es casi tarde, / se lleva en su girar la feria entera / de nuestras vanidades (...)» Pues eso.
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