Todo lo que huela en política a sensatez fundamentada en valores democráticos, sentido común y tradición, cae hoy día como muebles desvencijados y quemados en ... la pira de la idiotez y la ignorancia más supina. La peligrosa mascarada del asalto al Capitolio, alentada por ese remedo de cacique bananero en que ha devenido Trump, es el ejemplo último, y más esperpéntico, de lo que se puede llegar a urdir desde el poder, cuando este, además, se considera como propio, intransferible y perpetuo.
España no es ajena a esa corriente tan peligrosa de imbecilidad, que en nuestro monipodio político alcanzó la meta de la ignominia hace bastante tiempo; tiñendo de amoralidad cualquier acto o acción con el único fin de retener el mando en plaza y sus prebendas. Y distrayéndonos, por ejemplo, con cortinas de humo sobre un debate entre república o monarquía parlamentaria, como si de enjuiciar el discurso del rey en Nochebuena derivara una solución al dilema. Y que el advenimiento de la III República propiciara un vuelco tal sobre nuestras vidas que tras ello seríamos felices y comeríamos perdices; cuando es solo una controversia traída por los pelos, por esa esa forzada coalición –que lamentablemente nos gobierna– y que embarra todo lo que toca.
Aquí, en La Rioja, tampoco nos hemos privado de alguna que otra boutade. Aún permanece en la retina ese vehículo, a cuyo propietario, alto cargo de nuestro gobierno autonómico, –y sus argumentos inverosímiles para justificar el affaire–, podríamos tachar de abrazafarolas o abrazaárboles, remedando al periodista José María García. Pero a ese político, nuestra presidenta no le aplicó una fulminante destitución como sí hizo con sus propios correligionarios –sin que sepamos los ciudadanos todavía el porqué–. No obstante, reconozco que me emocioné viendo a la señora Andreu en su film navideño, dando un paseo entre renques, acariciando cepas como si de Russell Crowe se tratara, –el Hispano de Gladiador o, si prefieren, Máximo Décimo Meridio–, cuando rozaba las mieses en su añorada Hispania con el fondo de la melodía de Hans Zimmer.
Lo último me lleva a preguntarme por qué en este país, tan mediocre en lo político, se castiga a los ciudadanos con diecisiete discursos navideños desde esos terruños transformados en ínsulas baratarias cuyos más conspicuos gobernantes arengan a sus huestes locales con ensoñaciones sobre un paraíso perdido, alentándoles a una epopeya de ciudadanos libres del pecado original, que nos corrompe, a los que somos y nos sentimos españoles.
Lo único que nos falta ya es conocer el informe de Conde Pumpido, magistrado del Constitucional, sobre el indulto a los golpistas catalanes: miedo me da. Por cierto y por sí las moscas, y aunque nunca se debe decir de este agua no beberé ni este cura no es mi padre, aprovecho estas líneas para jurar por mi honor y bajo mi responsabilidad, que nunca jamás he tenido nada que ver con el asalto al parlamento de Cataluña, ni con los 'Jordis' subidos al capó de un coche de la Guardia Civil, ni tampoco con ningún 'rodea el Congreso'. Ahí lo dejo por si el señor Illa, o cualquier otro, en algún momento, me implica en ello. A mí que me registren.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión