Humano, demasiado humano
En la celebración del centenario del nacimiento de Azcona, a lo mejor es hora de arrojar luz sobre un episodio de su vida que ha permanecido en la sombra
Iñigo Jauregui
Antropólogo
Viernes, 28 de noviembre 2025, 21:32
Ahora que estamos a punto de celebrar el centenario del nacimiento de Rafael Azcona (Logroño, 24/X/1926 – Madrid, 24/III/2008) a lo mejor ... ya es hora de arrojar luz sobre un episodio de su vida que ha permanecido en la sombra y que siempre trató de ocultar o sobre el que, al menos, jamás quiso pronunciarse.
Los expertos y conocedores de la trayectoria del genial guionista logroñés, tal vez por desconocimiento, tal vez por omisión voluntaria, se han librado muy mucho de mencionar un dato de su biografía que, sin duda, condicionó decisivamente su vida y que es clave a la hora de interpretar la mayor parte de su obra. Un hecho lo suficientemente importante como para motivar su decisión de trasladarse a Madrid, fijar su residencia en esta ciudad y adoptar la profesión que todos conocemos. El acontecimiento o el oscuro episodio al que nos referiremos sucedió en marzo de 1948 y aparece recogido a dos columnas en la segunda página de la edición del Diario Nueva Rioja del martes 23 de ese mismo mes.
La noticia a la que nos referimos lleva por título «Robo en el Colegio de Veterinarios» y comienza señalando que un tal Hilario Bidasolo, jefe Provincial de Ganadería, ha puesto en conocimiento de la policía que la institución que él representa ha sido objeto del robo de una caja de caudales que contenía más de 17.000 pesetas y un cheque al portador contra la Caja de Ahorros de Zaragoza que superaba las 8.000. Ambas cantidades son más que respetables si tenemos en cuenta que por aquel entonces el sueldo medio de un operario rondaba las 400 pesetas mensuales. Según la declaración de uno de los empleados del Colegio, el hurto debió producirse entre las 23.30 horas del viernes 19.00 y las 10.00 horas del sábado 20. Tras la obtención de esta información y la realización de algunas pesquisas adicionales, la Brigada de Investigación Criminal procede a detener al principal sospechoso que no es otro que Rafael Azcona Fernández, un joven desconocido de 21 años que, a la sazón, trabaja de escribiente en la empresa Construcciones Díaz. El sospechoso no tarda en confesar declarando que el robo se produjo a las 19.30 del viernes 19 y que, si no necesitó forzar la puerta para entrar al inmueble, fue porque disponía de una llave, la misma que él y su madre utilizaban para acceder a su interior. En su caso, para pernoctar en una de las habitaciones; en el de su madre, para realizar tareas de limpieza. El sospechoso añade que, una vez dentro del inmueble, y tras apoderarse de una caja que se hallaba depositada dentro de una vitrina, se retiró a su dormitorio a descansar. Al día siguiente, bien de mañana, abandonó el domicilio junto con el botín para dirigirse a su lugar habitual de trabajo sito en la calle Gonzalo de Berceo, y, después de forzar la gaveta extrajo 30 billetes de 100 pesetas a fin de saldar la deuda que había contraído con un primo llamado José Díaz Azcona. El dinero restante lo ocultó en uno de los archivadores del despacho.
Estos son, a grandes rasgos, los hechos que figuran en la crónica. Sin embargo, la historia no acaba aquí, sigue avanzando hasta alcanzar el nudo y finalizar con el desenlace. El primero tiene lugar el sábado 30 de octubre del mismo año cuando Nueva Rioja anuncia la inminente apertura de juicio oral contra Rafael Azcona cuya defensa corre a cargo del abogado G. Fernández. El segundo ocurre algunos días después (10-XI-1948) cuando la misma fuente informa que la Audiencia Provincial ha condenado al acusado a una pena de dos años de prisión menor, la devolución de lo sustraído (17.964,05 pesetas), el pago de las costas y una indemnización al Colegio de Veterinarios que asciende a 88,80 pesetas. Su paso por la cárcel sigue siendo un enigma, pero, según se desprende de la sentencia, su reclusión como preso preventivo debió prolongarse, cuando menos, hasta la celebración del juicio y el pronunciamiento de la sentencia.
Nadie sabe con exactitud cuál fue la reacción de Azcona al abandonar la prisión y regresar a un hogar y una urbe de menos de 50.000 habitantes en la que todo el mundo se conocía. De lo que no cabe ninguna duda es que, poco tiempo después, en 1951, a punto de cumplir 25 años, se mudó definitivamente a Madrid a raíz de un supuesto desengaño amoroso. La explicación más verosímil, tal y como estamos intentando demostrar, es que su decisión estuvo motivada por la necesidad de poner tierra de por medio, de distanciarse de una ciudad en la que había quedado marcado y cuya atmósfera no debía ser muy diferente de la que refleja 'Calle Mayor', la película de Bardem. A eso, además, hay que añadir la ausencia de oportunidades laborales motivada por sus antecedentes penales; las dificultades económicas que atravesaba la familia tras la muerte en 1945 de Dionisio, su padre, y la represión, el hostigamiento y el control social ejercido por las autoridades y el régimen franquista. Estos y otros factores que, posiblemente, desconocemos fueron los que le llevaron a alejarse de los suyos, hacer borrón y cuenta nueva y reinventarse como autor de novela rosa, humorista, escritor de guiones e historietista. Por otra parte, los hechos que acabamos de relatar, lejos de mancillar su memoria o disminuir sus logros, demuestran su valía como ser humano, la férrea voluntad que le animaba y su empatía, su conexión con los más desfavorecidos, con los que peor lo pasaban. Seguramente, nunca fue la «vaca sagrada» con la que algunos, erróneamente, le han identificado.
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