Hay noticias que, a diferencia de lo que suele ser habitual, no sólo tienen la rara virtud de atrapar la atención del público que las ... lee, ve o escucha, sino que, además, son capaces de causar asombro y mover a reflexión. Para que esto último suceda es necesario que se cumplan, al menos, dos condiciones. La primera radica en que su contenido informativo o el tratamiento que recibe debe salirse de lo común y convencional, de las trivialidades a las que nos hemos o nos han acostumbrado. La segunda, menos obvia y mucho más subjetiva, tiene que ver con la sensibilidad del destinatario y su talento para recrear o repensar la realidad o buscar interpretaciones alternativas. Si se satisfacen esas dos premisas tal vez entenderemos el porqué de aquella famosa frase de Eluard que, aludiendo a la existencia de otros mundos, animaba a buscar lo inusual en lo cotidiano.
Si escribo todo esto porque recientemente he tenido oportunidad de leer una noticia en un medio internacional en la que el periodista, además de anunciar la inminente publicación de un ensayo titulado 'Discarded', glosa y reproduce fragmentos de su contenido. Las más jugosas hacen referencia a la naturaleza y al volumen de desechos o de futuros desechos que, año tras año, es producido por nuestra civilización. Lejos de embarcarse en una enumeración exhaustiva de los mismos, los autores de la obra, Jan Zalasiewicz y Sarah Gabbott, optan por ser selectivos y detenerse en unos pocos ejemplos, los más significativos: plástico, textiles y cemento. Según parece y si hacemos caso a sus cifras, la producción anual de plástico a escala global asciende en la actualidad a 430 millones de toneladas que se suman a los 8.000 millones ya fabricados. Durante ese mismo periodo de tiempo, el mundo genera un total de 100.000 millones de prendas textiles y 4 toneladas de cemento per capita que, pese a todo, sólo constituyen un mínima parte del medio billón de toneladas distribuidas por todo el mundo. Pero el dato más revelador, o más escalofriante, del impacto causado por nuestra actividad tiene que ver con el hecho de que hasta 1950, el volumen de lo fabricado o artificial suponía una fracción de la masa combinada de la materia viva terrestre; ahora, sin embargo, nuestras creaciones no sólo la han igualado sino que amenazan con triplicarla para 2040.
En resumidas cuentas: la única herencia que, voluntaria o involuntariamente, vamos a dejar a nuestros sufridos descendientes va a ser una ingente e inabarcable montaña de basura, un prodigioso y ubicuo surtido de vertederos, escombreras y albañales dispersos por todo el planeta. Ése es nuestro glorioso legado para las generaciones venideras. Un legado irrenunciable, imprescriptible e indestructible presidido, paradójicamente, por enormes acumulaciones de objetos desechables, de un solo uso, pensados y diseñados para ser efímeros, para no durar. ¡Vaya si lo harán! Bastante más que nosotros.
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