Tras la reciente entronización del nuevo presidente/emperador de EE UU, no parece que haya razones para albergar muchas esperanzas sobre el futuro inmediato de ... la humanidad. Táchenme de agorero si quieren, pero las medidas adoptadas hasta ahora y las que están por venir no sólo no parece que estén destinadas a resolver las crisis ya existentes, sino que amenazan con agravarlas o, lo que es peor, con fomentar la aparición de nuevos conflictos y amenazas.
Así las cosas, creo que uno de los pocos motivos de consuelo que podemos hallar en lo que quiera que esté por llegar reside en que los europeos, por fin, hemos descubierto que no podemos llamarnos a engaño acerca de las intenciones y la auténtica naturaleza, el verdadero proyecto hegemónico de nuestro supuesto y benevolente socio transatlántico. Después de años de disimulo, medias verdades y ocultación, los líderes políticos y económicos norteamericanos han mostrado, por fin, sus cartas, se han quitado la máscara para exigirnos una rendición sin condiciones, una capitulación frente al complejo militar-industrial-digital que ellos representan. Ahora, más que nunca, ha quedado claro que sus empresas tecnológicas y de entretenimiento y su liberalismo ideológico eran un caballo de Troya, una extensión de una estrategia de dominación mucho más amplia destinada, en primer lugar, a someter a sus principales aliados, es decir, a nosotros y, a continuación, al resto del mundo.
Por otra parte, el servilismo, la adulación y el vasallaje rendido por los tecnomagnates, broligarcas, tecnobros –o como queramos llamarlos– , a su líder supremo, no solamente resulta obsceno sino que, además, revela que, por alguna extraña razón, les hemos estado atribuyendo virtudes que en ningún modo poseían. Donde antes algunos veían filantropía, disrupción, vanguardia, altruismo o innovación ahora vemos una capitulación preventiva revestida de sumisión, pleitesía y, por encima de todo, de una monstruosa avaricia. Su apoyo incondicional a Trump y a su proverbial falta de escrúpulos políticos, morales y legales demuestra que sus intereses personales y financieros están por encima de los códigos democráticos y de la defensa de los derechos civiles de los que tanto parecían ufanarse. Saben que, para beneficiarse del capitalismo de amiguetes y de las dádivas que el cesarismo trumpista planea otorgar a través de inversiones públicas federales, reducciones fiscales, flexibilización laboral y marcos regulatorios proteccionistas, deben tomar posiciones y adular al caudillo. Una actitud que, paradójicamente y salvando las distancias, reproduce lo sucedido con los oligarcas rusos cuando Vladimir Putin alcanzó el poder. Unos y otros hacen buena una frase atribuida falsamente a Groucho Marx que decía algo así como: «Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros». Que cada uno saque sus propias conclusiones.
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