De entre los muchos y diversos estudios con los que me ilustro a diario, me ha llamado la atención el de una tal Sonia Vivas. ... Y aunque estoy deseando poder adquirir su opúsculo, titulado 'Vivas nos queremos. Manual de autodefensa feminista', por el momento debo conformarme sólo con su teoría sobre el tamaño del pene y su influencia sobre el carácter del hombre, que deriva –según la argumentada y compleja disquisición de esta intelectual–, en agresivo si se tiene un colgajo de un tamaño al que yo definiría como rodrejo; o bien en una actitud más amable –en una relación inter pares–, si se posee un instrumento king size.
Fue Franz Joseph Gall, a principios del siglo XIX, el que difundió la teoría de la frenología, pseudociencia según la cual en función de la forma del cráneo se podía determinar el carácter, la personalidad e incluso las tendencias criminales de los individuos. Y todo surgió, ¡oh bendita casualidad!, por la observación del largo y caliente cuello de una viuda, que afectada por problemas nerviosos, estos, curiosamente, la conducían a una severa ninfomanía.
Así que podemos estar ante una nueva teoría frenológica –si es aceptada la conclusión expuesta por la señora Vivas–, en la que según el tamaño del apéndice masculino se puede determinar el carácter de un hombre. Clasificándolo en agresivo para aquellos cuya talla es la S (por seguir un parámetro aceptado para la ropa) frente a los que que alcanzan una talla XXL (dichosos ellos) lo que les debe hacer tan gentiles en sus relaciones carnales, que debe ser como si recrearan para ellas el jardín de las delicias y disfrutaran en él del gusto de la fresa o el madroño.
En el Balneario de Carratraca, las mujeres aparentemente infértiles, acudían a tomar las aguas, y casi todas salían felizmente preñadas tras su estancia. Así que, aquellos manantiales milagrosos fueron objeto de peregrinación largo tiempo. Y es que había un bañero que las mecía en el pilón con suma dulzura, mientras las animaba a que abrieran las piernas para que entrara el mineral. Tras la ausencia de aquel andóbal decayeron las propiedades de la linfa, fracasando en su intento de embarazo todas las vestales que seguían acudiendo al balneario con ese legítimo afán. Así que uno, que es de natural mal pensado, deduce –siguiendo a pies juntillas la teoría de la científica Vivas– que aquel cuidador de tan gentil comportamiento con las féminas –atribuladas en pos de su deseada gravidez–, debió poseer un badajo notable, lo que le hizo acreedor de un carácter amable y en modo alguno agresivo, lo que le permitió ser valedor y artífice de la proverbial fertilidad de aquellos fluidos termales.
Así que, entusiasmado por los hallazgos de doña Sonia Vivas, y en aras a mejorar nuestra atribulada sociedad –privada de conocimientos tan reveladores–, la animo a investigar por qué cuando el hombre se hace mayor, se queda la cosa adormilada, «y de sus dueños tal vez olvidada», como el arpa de la rima de Bécquer; y que por más que se le diga: levántate y anda, como a Lázaro, aquello permanece, sea cual sea su tamaño, como una lacia acelga y sin agresividad que valga. Espero con ansiedad sus reveladoras conclusiones.
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