Ezequiel Moreno, alfareño que dedicó su vida a hacer el bien
IGLESIA ·
Hasta los cincuenta y ocho años en que un cáncer en la boca se lo llevó al otro mundo. Y a fe que esos cincuenta ... y ocho años los aprovechó muy bien. No perdió el tiempo ni en Alfaro donde pasó su infancia tan pobre como entrañable, ni en Navarra donde inició sus estudios cara a ser un buen fraile agustino, ni en Filipinas donde recibió la formación más inmediata para su ordenación sacerdotal, ni en Colombia, sobre todo en este país, donde dio su vida como obispo, como formador y organizador, y donde veló por los derechos de sus gentes y de la confesión religiosa que representaba. .
Ezequiel es el último eslabón en la cadena de santos riojanos en el tiempo, que tendrá sus seguidores con toda seguridad. La Rioja es, ha sido y será una tierra de grandes hombres y mujeres, que a su manera y con gran compromiso personal hicieron el bien. Esta tierra que nuestros recordados Carmen, Jesús e Iñaki describieron como una tierra que «existe, pero no es», ha dado frutos espléndidos en todos los órdenes de la vida. En ciencia, los hermanos Delhuyar, ante cuya casa paso casi todos los días en mi gira a Santiago a rezar a la Virgen de la Esperanza. Y en letras, como Gonzalo de Berceo, el gran escritor medieval, primer poeta en lengua castellana. En patrimonio histórico, artístico y cultural, como Domingo de Silos y de modo singular, san Millán de la Cogolla, eremita, cuya vida y cuya historia tornó del latín en romance el Maestro Gonzalo de Berceo. ¿Y qué decir de Domingo García, conocido como santo Domingo de la Calzada, posiblemente el mayor impulsor del Camino de Santiago, en su afán de hacer más llevaderas las duras condiciones de los peregrinos? Y Felices de Bilibio, el gran maestro espiritual de Millán de la Cogolla. Y Emeterio y Celedonio, los más antiguos riojanos que han hecho historia por su fidelidad a su condición cristiana, que les llevó al martirio y al patronazgo de nuestra diócesis, una de las más antiguas y prestigiadas del mundo católico.
Volviendo a nuestro santo alfareño, diremos que desarrolló una gran labor misionera en Filipinas y en Colombia, donde fue muy querido «por su generosa caridad», dicen sus biógrafos. Esta es una manera un tanto solemne de decir que se entregó a los demás en cuerpo y alma con el fin de hacer el bien siempre y a todos. Cuando tenía cuarenta y seis años lo hicieron obispo y lo mandaron a Pasto, una diócesis que abarcaba todo el sur de Colombia. Muchos kilómetros cuadrados, mucha pobreza, mucha hambre, mucha sed, mucha marginación y mucho trabajo. Esto, con ser muy duro, no fue lo peor para nuestro Ezequiel. Se dio del todo, y punto. Lo peor fueron los horrores de una guerra civil muy cruenta y el verse envuelto en un hostigamiento a la Iglesia católica con el que se pretendía por parte de las autoridades que pagaran –como sucede siempre– justos por pecadores. El obispo Ezequiel dio la cara por la Iglesia y por sus feligreses que eran los grandes perdedores en sus derechos por parte de aquellos politiquillos ignorantes y sectarios.
Cómo sería la cosa que presentó la renuncia que no le fue aceptada. Él siguió y siguió con heroica tenacidad. Y por esto, y por más causas, enfermó de cáncer, un cáncer dolorosísimo que, a petición de sus diocesanos –gente sencilla que lo adoraba–, le obligó a regresar a España donde fue sometido a varias operaciones tremendas que él soportó de forma heroica orando por los colombianos. Murió el 19 de agosto de 1906 en Monteagudo y por eso su recuerdo y su fiesta la celebran en Alfaro ese día.
Juan Pablo II, en la ceremonia de su canonización en 1992, dijo de nuestro santo riojano: «Ezequiel Moreno es modelo para los pastores, especialmente para los de América Latina, que bajo la guía del Espíritu Santo quieren responder con nuevo ardor, nuevos métodos y nueva expresión a los grandes desafíos con que se enfrenta la Iglesia latinoamericana».
¡Gracias, Ezequiel, por haber sido uno de los nuestros y haber sido así!
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