Disentimiento sobre tanto vertedero político
MEZCLADO, NO AGITADO ·
Hace casi mes y medio que se produjo un corrimiento de tierras –más que de tierras, de mierda– en un vertedero de una localidad vizcaína. ... No tardamos mucho en sospechar que detrás de esa actividad podría haber connivencias políticas. Y así fue. Concesiones, familias y amigos, siglas de partidos políticos. Y entremedias dos empleados engullidos por la bazofia, cuya muerte parece lo menos importante y dramático del asunto. En fin, amiguismo y probablemente el coronavirus de la corrupción. Y sin olvidar el basurero ideológico en el que estamos inmersos: «La política es abrirse camino entre cadáveres» (Vargas Llosa).
Se nombra a una fiscal general del Estado que, sin dudar de su experiencia profesional, está claramente contaminada por el coronavirus de la variedad Vi-llarejo. Y también por su inmediato pasado de ministra. Pero cualquier duda razonable sobre su independencia de criterio es inadmisible, dada su inmunidad progresista. Y además la apadrina en su investidura el que arrastraba la toga por el polvo del camino; un personaje con respuesta inmunológica, que ya pasen años y gobiernos, él dura y dura como las pilas del anuncio de antaño.
Con un partido nacionalista –es decir, como todo nacionalismo, virus puro que inocula su separatismo–, se mamonea con la transferencia de la Seguridad Social, para romper la caja única. Y a ello se añadirá la gestión carcelaria y consiguientemente, la inmediata redención de penas de los terroristas. Y encima nos recetarán cuarentena a los que renegamos de ello.
Se monta una ¿negociación? a la que pomposamente se nombra como 'mesa del reencuentro', a la que acuden una colección de coronavirus disfrazados de candorosos angelitos. Se recibe con honores de jefe de Estado a un mindundi inhabilitado por sentencia judicial; y a otro que, exhibiendo una Moleskine, está imputado por ser el artífice (perdonen que no diga 'el arquitecto', estamos para otras cosas) de un golpe de Estado, perdón, quería decir sedición. Sedición que, según el ministro de Justicia, en un aviso para navegantes, es un concepto decimonónico para el que existe la vacuna del diálogo. Luego algún bolo por provincias, promesas vacuas, y a desengrasar.
Lo que precede –que no es más que una ínfima enumeración de lo anotado en mi Moleskine (pagada de mi bolsillo)–, nos dicen que se hace por progresismo, materia que sigo indagando en qué universidad se estudia. No es la primera vez que me pregunto dónde expiden los títulos que acreditan para ir por la vida exhibiendo dicha diplomatura, que incluye licencia para condenarnos a los agnósticos políticos. No sé si algún zascandil de los que nos toman la lección sobre democracia, algunos analfabetos funcionales, obtuvieron dicho título en una Sorbona imaginaria que les autoriza a calificarnos con un rosco por el delito de disentir sobre tanto vertedero político, suspendiéndonos desde la autoridad que emana de la corono-ideología de muchos de estos cátedros.
El caso es que me paso los días recordando las estrofas de un poema apócrifo de mi juventud: «Había una vez un terrible megaterio que saltó la tapia de un cementerio; y aprovechando la oscuridad del punto cogió y se fundió a un difunto. Y desde entonces señor don Amadeo, ni en la paz de los sepulcros creo». Muchos lectores compartirán mi preocupación por tantos virus.
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