Lo de Pablo Hasel es un exceso que sólo se pueden permitir sociedades cuya tolerancia en la interpretación de la democracia consiente que individuos así ... lleguen a ser parte obligada de un debate sobre la libertad de expresión. No he logrado sacar nada de provecho de la biografía de semejante espécimen en cuanto a su cultura se refiere. Dudo, por tanto, que haya logrado algo en la vida más allá de la conjunción de obtusas oraciones gramaticales plagadas de maldades e imbecilidades, aunque ello no obsta para que tal vez tenga el Bachillerato. Aunque dada la laxitud de los sucesivos planes educativos de los últimos cuarenta años, iría pasando de curso, aburrido el profesorado de aguantar a un alumno que pudo comerse las gomas de borrar y escupirlas sobre el suelo del aula como una premonición de su rebeldía postrera. No soy amante ni seguidor del rap, pero incluso entre los raperos hay clases, y desde luego alguno habrá que pueda ofenderse porque a semejante versolari le aplaudan los ripios que genera el escombro que tiene como cerebro.
Pero, en fin, es lo que hay, alentado además por esa forma de entender la libertad que desde el progresismo histriónico y capcioso que nos inunda se propaga con largueza como las nubes de polvo del Sahara. Y que da lugar a que algunos como el gran Serrat, entre otros, caigan en la trampa de defender la libertad de expresión a través de la exigencia de no penalizar conductas que alientan al tiro en la nuca, como las que propugna este menda. Y ello por la sencilla razón de que «no hay derechos absolutos, porque todos los derechos fundamentales están sometidos a determinados límites: la libertad de expresión no es una excepción a este principio», como explica el catedrático de Derecho Constitucional David Ortega.
Pero por si éramos pocos va y parió la abuela y nos regaló a Echenique, cuya entrecortada expresión verbal –también a cuenta de este mismo asunto–, inunda con bilis el hemiciclo y Twitter. La naturaleza, que no ha sido generosa con él, no justifica que sea tan ruin, puesto que ha alcanzado un cargo político relevante, con unos generosísimos emolumentos como diputado, lo que le debería haber hecho racionalizar y serenar su discurso, demostrando así gratitud hacia la democrática, abierta y paciente sociedad española que le ha dado tantas oportunidades.
Lo de las algaradas plagadas de vandalismo y saqueos no me sorprende: cualquier excusa es buena en Cataluña para conculcar el respeto al civismo más obvio, si es que alguien se lo enseñó a esa parte de la sociedad española plagada de zangolotinos. Y así seguir la juerga unos cuantos gaznápiros que viven opíparamente en una España generosa y garantista hasta extremos absurdos, que permite incluso que haya un ministro, que con un esfuerzo ímprobo y devanándose su exigua sesera, nos diga que había 'proponido' también algo sobre la libertad de expresión.
Que el Señor en su infinita misericordia nos pille confesados, porque con semejantes andóbales, vamos de culo. Y cuesta abajo, hasta la mierda corre.
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