Apagón es de esas palabras que suenan a tontorrón, a simplón, a pachón e incluso a bobalicón, como los ojos de Platero, ese burrito pequeño, ... de pelo suave, que se diría todo de algodón. Tiene la pátina de inocencia de las palabras agudas, como santón. En su lado más bucólico, apagón oculta los besos furtivos cuando ya no hay luces, las caricias apresuradas, los roces primerizos y los tímidos te quiero, pero también ampara a las aves de rapiña que salen a la caza cuando todo está oscuro, cuando se hace de noche aunque sea pleno día.
Demasiadas sensaciones y vivencias detrás de un vocablo que la RAE condensa en siete: interrupción pasajera del suministro de energía eléctrica. Una definición escasa, rasa, del montón, sin galones ni pretensiones para una palabra que este año nos dejó sin palabras, nos puso sobre la cuerda floja, nos asustó, nos recordó que somos vulnerables, dependientes, que no somos nadie ni nada y que hasta la vida se apaga en un segundo, así, lo que dura un chasquido de dedos.
Apagón ordenó nuestras prioridades, nos ayudó a reconocer lo importante, nos obligó a improvisar, a cambiar, a desear contactar aún con más ansia con quien no podíamos. Apagón nos puso a prueba durante unas horas y nos enseñó que tras la candidez de una palabra aguda, bobalicona, simplona e incluso pachona se oculta una voz grave y profunda imposible de definir en siete, como si nada, como quien asiste a un congreso de papiroflexia o de moldes de cartón piedra. Apagón es hondo, profundo, abismal y abisal, incluso es volver a empezar después de la nada, después de un fundido a negro.
Las propuestas de Palabra con Futuro 2025
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