Renacimiento riojano
Carlos Villar Flor
Jueves, 13 de noviembre 2025, 22:08
Cuando llegué a Logroño a mediados de los noventa, la mayoría de las presentaciones de libros corría por cuenta de uno o dos editores autóctonos, ... quienes solían organizarlas los sábados a media mañana acompañadas un generoso picoteo (con jamón de pato incluido) en el piso alto del Café Bretón. No sabría asegurar con certeza la frecuencia de tales encuentros, pero aventuraría que había uno cada dos meses o así. Tres décadas después, es raro el día de la semana en que no se presenta un libro de un autor local, y lo habitual es que a diario coincidan varias presentaciones solapadas a la misma hora, cada una con sus presentadores, congregaciones de fieles, y despliegue de publicidad. Yo mismo me confieso culpable de haber participado en tales contraprogramaciones, pues este martes presenté mi última novela, un thriller literario en torno a los viajes de Graham Greene por España (y La Rioja), el mismo día que otros tres libros de autores de aquí. No puse yo la fecha, que conste, pues se integró en el programa del festival Cuéntalo, pero es obvio que la abundancia de producción bibliográfica y de autores hace imposible no coincidir.
Recuerdo que, hace algunos años, un conocido me presentó ante una señora como alguien que «escribía novelas», ante lo que ella reaccionó preguntándome si, por tanto, me llamaba Andrés Pascual. Esta dama, no demasiado familiarizada con el ambiente literario, se sorprendería sobremanera si le dijéramos que hoy el número de autores de aquí con producción libresca asciende al menos a dos o tres centenares, y quizá me quede corto. A diferencia de nuestro incansable viajero, no todos juegan en la liga profesional, y acaso algunos títulos que ven la luz no hayan pasado por demasiados filtros, pues sus autores se aburren o se abstienen de llamar a puertas editoriales y atajan por el camino de la autoedición, sea abierta o encubierta. En muchas ocasiones el éxito de ventas no depende tanto de los valores literarios como de la movilización del firmante, del número de allegados, o de su relevancia social. Por esto no es siempre es fácil separar el trigo de la paja. En un reciente artículo de Jot Down, Angel L. Fernández critica que la generalizada proliferación de nuevos autores «se ha convertido en una prolongación del impulso narcisista de la época, la versión literaria del selfie».
No sé si este diagnóstico será excesivamente pesimista; aunque un libro sea mediocre, escribirlo tiene mucho más mérito que las recientes declaraciones del político de turno, o el último gol de un delantero de la liga regional. En todo caso, la eclosión creativa riojana puede ser una buena oportunidad para que la opinión pública dedique una mayor atención al fenómeno de la creatividad en nuestra tierra. Es posible que el renovado interés por lo literario en La Rioja sea un síntoma de madurez cultural, educativa y social digno de más consideración. Estemos, pues atentos. Pero recordemos siempre que lo mejor que se puede hacer con un libro es leerlo. No solo regalarlo.
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