Prohibir para alimentar el odio
La prohibición del Sagasta es mucho más que un gesto, porque es educativa, porque define el horizonte de futuro que se quiere construir
Carlos Usón
Domingo, 12 de octubre 2025, 22:19
Las cosas no suceden por arte de magia. El futuro se construye en el presente. Es obra de todos. Depende de la sociedad que lo ... desarrolla y edifica sus valores en la familia, la calle y la escuela. Es por eso por lo que las leyes de educación acaban llenando sus preámbulos y su articulado de buenos propósitos. Es hoy, en nuestras aulas, donde podemos dibujar un horizonte de paz, respeto, tolerancia, justicia e igualdad si educamos en la solidaridad, normalizamos la diversidad como un valor, somos empáticos y transigentes, y entendemos que los problemas del otro son nuestros problemas. Por eso es tan importante la labor que está desarrollando el profesorado de Educación por Palestina. Un extraordinario ejemplo para todos pero, sobre todo, una magnífica oportunidad para su alumnado.
Las fiestas mateas nos han dejado la resaca de la expulsión de una alumna del IES Sagasta por portar el velo islámico. Un lamentable ejemplo de intransigencia. A la dirección del instituto debería preocuparle más que las cabezas del alumnado estén despiertas que tapadas. Como debería importarle más la carga emocional que lanza con sus prohibiciones, salvo que se piense con Rousseau que la libertad consiste en obedecer la ley o con Roger Wolfe que sólo tienes derecho a expresar libremente lo que te esté permitido expresar. En cualquier caso, como decía Mercedes Sosa, no podemos olvidar que toda censura es peligrosa porque detiene el desarrollo cultural de un pueblo.
Durante años, las alumnas del Sagasta, en aplicación del vigente Reglamento de Organización y Funcionamiento (ROF), han acudido a clase con velo islámico, pañoletas y aditamentos variados, según impusiera la norma no escrita de la moda, sin que nadie se haya sentido ultrajado por ello. ¿Qué ha cambiado? Ha cambiado que hay una parte de la sociedad que ha decidido dar rienda suelta a sus bajas pasiones ideológicas y ha perdido el rubor de manifestarlas. Esa misma parte que, como estrategia política, cultiva el rechazo y el odio al diferente. Que no le importa poner en entredicho y mancillar las instituciones democráticas haciendo un uso espurio de ellas. Que no tiene inconveniente en utilizar insultos, calumnias y mentiras contra sus oponentes políticos, sabedora de que sólo necesita las urnas para alcanzar el poder porque, después, a la razón la calla la fuerza y al ansia de libertad el miedo.
Hoy nos toca defender el derecho a decidir de las alumnas musulmanas porque ése, y los demás derechos, lo son de todos
Es seguramente ese clima el que ha propiciado un cambio en la dirección del centro y en el sentir del profesorado permitiendo retorcer el espíritu de la norma para adaptarla a sus intereses ideológicos considerando el hiyab como una prenda similar a gorras, capuchas o boinas (sic). Quien ha gestionado esta tropelía, sabe que prohibir solo sirve para dos cosas: someter y/o enardecer. El sometimiento es la humillación del diferente, desde la interior complacencia del rechazo, hasta hacerle sentirse inferior, despreciado culturalmente por la supuesta superioridad moral que otorga el papel de maestro de quien enseña.
Pero desde la dirección del centro también se sabe que las prohibiciones generan crispación y esa crispación sólo sirve a los intereses de quienes necesitan desestabilizar para encumbrarse después como salvadores.
La prohibición del Sagasta es mucho más que un gesto, porque es educativa, porque define el horizonte de futuro que se quiere construir. Se esgrimirán mil subterfugios para justificar la decisión. Incluso de tipo feminista, aludiendo a las perversiones que acompañan al uso de tal prenda. Incluso se recurrirá sesgadamente a Najat El Hachmi para hacer de la excepción norma olvidando al resto de las feministas islámicas. No nos dejemos engañar, el profesorado que respalda e impulsa este desafuero sabe con Ovidio, Montaigne, Walter Bagehot o Quintiliano que la prohibición enaltece el símbolo y eso es lo que se pretende: una respuesta airada que convierta el velo islámico en un problema de orden público.
Decidir si su uso es perverso o no resulta, cuando menos, presuntuoso. Pero no es eso lo que está en juego. Lo que está en juego es el derecho a decidir. Son las mujeres musulmanas las que deben juzgar si lo llevan o no y nos corresponde a todos, especialmente al profesorado, crear un ámbito de libertad en el que puedan tomar esa decisión. Eso, y potenciar mentes con la suficiente autonomía como para poder valorar todos los condicionante que rodean su criterio.
Las actitudes que mantenemos los adultos frente a los problemas que afectan a la sociedad en general y al alumnado en particular son trascendentales. Por eso resulta tan importante hacer ver a los jóvenes nuestra inquebrantable posición frente al holocausto perpetrado en Palestina. Como lo es el hecho de hacerles entender que los derechos no son un privilegio de casta. Que hoy nos toca defender el derecho a decidir de las alumnas musulmanas porque ése, y los demás derechos, lo son de todos, y su tutela, en nuestra condición de demócratas, nos interpela siempre, nos afecte o no directamente.
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