Los dos tonos de su latido
Logroño acostumbra a moverse entre dos fuerzas opuestas; es nuestra manera de existir y yo creo que es bueno porque revela que la ciudad esta ... viva y, aunque tenga el corazón partío, demuestra que al menos tiene uno y late fuerte. Siempre andamos debatiendo a cara o cruz, y no es porque la gente esté indecisa sino porque la ciudad se explica desde esa eterna tensión, el baile de sus dos naturalezas que se interpelan, se buscan y se necesitan: calle Laurel o San Juan, carril bici o calzada tradicional, Unión Deportiva o Sociedad, pañuelo de fiestas azul o color vino.
A primera vista puede parecer que Logroño se divide en San Mateo por el color del pañuelo, pero es un espejismo de tela porque la verdadera fractura que recorre la ciudad es la que separa a los que se marchan de los que estamos aquí. Algunos nos quedamos porque nos toca trabajar y capeamos como podemos la embestida de una ciudad transformada en huracán. Yo permanezco en San Mateo anclado por la inexorable cadena del deber periodístico, y por eso tiendo a fijarme mucho en lo que hacen los que se quedan por convicción. Los miro desde una orilla distante, y veo con curiosidad cómo aceptan encantados el torbellino y se olvidan de las polémicas sobre Mikel Izal o la adjudicación de la terraza para arrojarse danzando a los brazos de la fiesta.
Como son ya muchos años he aprendido a disfrutarla yo también aunque tenga que estar trabajando, además tomar notas en una rueda de prensa nunca es tan estimulante como pasar unos días vibrando en el pulso vivo de la ciudad. Pero entiendo a quienes no pueden con esta vorágine porque, como dijo Francis Paniego en su pregón, aquí «la fiesta es la mesa», y no es una mesa tranquila: San Mateo es un banquete que tiene ese carácter totalizante de las celebraciones mediterráneas: generosas hasta lo excesivo y abiertas hasta lo invasivo. El cohete, el primer mosto, el bombo de las charangas, los fuegos artificiales, el pisado popular, las barracas, el olor de las chuletas... todo esta construido para recordar a cada vecino y a cada visitante que, durante estos siete días de felicidad, en Logroño es imposible el anonimato. Lo resume con más gracia el viejo dicho local: «en estas fiestas mateas, saludas a todo el que veas».
Unos se atan el pañuelo y otros hacen las maletas, porque la ciudad está de celebración pero una parte de ella se esfuma como ese globo de helio con forma del perro Bluey que se escapa por el cielo de Portales. Es la tensión entre la permanencia y la fuga, entre lo colectivo y lo individual. Se van pero forman parte, porque en fiestas se es protagonista por presencia o por ausencia. Así aflora en San Mateo la dualidad de Logroño, los dos tonos de su latido.
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