Unos calcetines de invierno
Hubo un momento en la vida reciente de José Luis Ábalos en el que todo cambió. No fue el instante en el que el juez ... decretó su ingreso en prisión, tampoco cuando sintió el frío de las esposas en torno a sus muñecas ni cuando se cerró la puerta de la celda con uno de esos sonidos que resuenan para siempre en la memoria. El punto de inflexión, el quiebro real le sobrevino una noche –quizás hace meses, tal vez esta misma semana– en la que Ábalos, sentado al borde de su cama en el silencio de una casa llena de pensamientos sombríos, preparó la mochila que llevó el jueves al Supremo por si el juez lo mandaba a la cárcel.
¿Qué mete un hombre en una mochila así? ¿Qué se lleva uno a Soto del Real? Calzoncillos, supongo, un chándal, las pastillas de la tensión, no sé. ¿Y en qué se piensa durante ese rato en el que se va llenando la mochila? Ábalos se miraría las manos y las vería trabajar como si fueran de otra persona, unos apéndices extraños, ajenos a la voluntad de su cabeza, manos que firmaron nombramientos, licitaciones, órdenes, resoluciones y contratos millonarios y que ahí, movidas por algún automatismo incomprensible, estaban metiendo en la bolsa de la cárcel unos calcetines de invierno.
A mí me gusta recordar de vez en cuando que el hombre que acaba de entrar en la cárcel fue el arquitecto de la moción de censura contra la corrupción del Partido Popular. En esa ironía triste, en ese chiste sin gracia se resume el momento político que vive España. Porque Ábalos, nuestro Robespierre particular, el entregado jacobino de Ferraz que perfeccionó la máquina de decapitar carreras políticas bajo la guillotina moral, ahora está exactamente ahí, de rodillas y con el cuello bajo la misma hoja que él se dedicó a afilar con esmero profesional.
La caída de los poderosos no es una excepción en la Historia
La caída de los poderosos no es una excepción en la Historia, de hecho es su norma más persistente aunque siempre hay matices y diferencias. Sarkozy entró a la cárcel parisina de La Santé de la mano de Carla Bruni, pero Ábalos ha hecho ese paseíllo en absoluta soledad, con la mochila en el hombro igual que un peregrino rumbo hacia un destino inevitable; se ha cumplido el dramatismo de aquella rueda de prensa: «Estoy solo. No tengo a nadie».
Este abandono no es más que el prólogo de lo que viene, porque la cárcel tiene un gran poder transformador: Dani Alves ha salido de la prisión de Brians convertido en un fervoroso predicador del Evangelio. En Instagram se define ahora como 'Siervo de Cristo Jesús' y habla de redención como si fuera un personaje de Dostoievski. Es la fuerza transfiguradora de la cárcel, que acaba de transformar a un exministro socialista en un tipo con mochila, en un número de celda.
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