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Canto en excelencia

CRÍTICA DE MÚSICA ·

Viernes, 9 de octubre 2020, 09:17

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El paso del tiempo y la experiencia en el mundo del canto produce en los cantantes diversos cambios más o menos afortunados: por supuesto cambia el volumen y color de la voz, evoluciona la técnica de emisión, aparecen nuevas formas de afrontar pasajes complicados, consigue otra aproximación al estilo de cada obra, descubre los secretos de conquistar al oyente...

El tenor Miguel Olano, tras casi tres décadas en la brecha en el mundo de la ópera, ha alcanzado un verdadero estado de gracia, con una voz oscura, como nos gusta a los aficionados, broncínea y repleta de armónicos, ha dulcificado la emisión y alcanzado una técnica que le permite afrontar con naturalidad pasajes endiablados o ataques imposibles y sobre todo ha dominado a la perfección el canto sul fiato, que le permite embelesarse en el fraseo divino, el que permite dotar a cada palabra y cada nota de su máxima belleza y expresión, con matices sutiles y delicados acentos, cosa que en el mundo de la canción es imprescindible, más incluso que en la ópera.

Con un programa exclusivamente dedicado a la canción española y canción de salón italiana, el concierto del sábado fue una demostración de dominio de los secretos más recónditos del canto de altura, dando a cada obra su vida propia, con el color y el brillo más apropiado y resaltando la belleza de esos pequeños matices e inflexiones que te ponen el vello de punta.

Redondo y vigoroso en las siete canciones populares de Falla y en las dos de Obradors y con pleno sabor napolitano en las obras de Tosti y De Curtis, todavía sorprendió más en las tres canciones de Miquel Ortega, como si las hubiera cantado toda la vida, que fueron acompañadas al piano por el propio compositor.

Y a Miquel Ortega quiero referirme, a quien conozco también desde hace tres décadas, con un itinerario impresionante en el mundo musical, como pianista acompañante y compositor, pero sobre todo como director de orquesta en muchos teatros de ópera y al frente de diversas orquestas europeas. Él, que respira música por todos los poros de su cuerpo, fue parte fundamental en la calidad del concierto, adaptándose al tenor como un guante, pendiente de cada rubato, de cada respiración, de cada ralentando. La inoportuna aparición de una flema insistente fue sorteada con inteligencia por el tenor, bien abrigado por el pianista, adaptando algún agudo. La conjunción de estos dos grandes 'migueles' elevó la temperatura musical de Riojafórum muchos grados y el público lo reconoció con gran aclamación y vivas muestras de satisfacción y cariño hacia los intérpretes.

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