Meter un artículo, un reportaje o un programa en «el congelador» quiere decir en el argot periodístico conservar el material hasta que sea el momento ... de publicarlo. Adelantar trabajo, guardar para cuando no haya. O hasta que las fuentes de información (que igualmente pueden haberse congelado, al tratarse de fuentes) se hayan comprobado. Una especie de tupper, con noticias de ración. En estos tiempos del llamado 'pensamiento líquido' el punto de congelación se alcanza mucho antes. El de las palabras, el de las ideas, el de las noticias. Adelantándose, así, su proceso de liofilización. Todos estos contenidos, en su mayoría, los deshidratas, les quitas el agua, y te das cuenta que –con excepciones– al final lo mollar ocupaba muy poco espacio. Y cuando intentas volver a hidratarlos para que recuperen su volumen original de pensamiento o de verosimilitud, les cuesta mucho, si es que lo consiguen. En el mejor de los casos, pueden llegar a hincharse como las servilletas comprimidas que te sacan al final en algunos restaurantes, que las introduces en el bol con agua templada y eclosionan lo justo para humedecerte un poco los dedos. No cabe duda que si tienes en casa un buen frigorífico, que congele a bajas temperaturas pero que además sea no frost (para que no se formen esas placas de hielo que periódicamente hay que derretir con el secador del pelo hasta que se desprenden como lascas de un iceberg; al igual que las opiniones, las promesas, las creencias y las buenas intenciones), pues entonces fenomenal; pero si no lo tienes, el paso del tiempo es la nevera perfecta. Sin problema. El tiempo es el último grito (y el primero) en congelación. La Estación Polar Zebra total. El tiempo mismo se congela de maravilla. El cine lo hace mucho. Se llama el plano congelado y consiste en cristalizar una imagen. Los planos congelados, de hecho, en la pantalla, te producen un escalofrío. Sensual, intelectual, fotográfico. Duran, perfectamente estáticos, y los rostros que aparecen hibernados en su superficie se quedan con el semblante de los expedicionarios árticos que aparecen en el interior de un bloque de hielo al cabo de uno o dos siglos. Sobre todo, si el plano es en blanco y negro. Porque la escala de grises tiene muchas frigorías. El caso es que este 'Ojo' de hoy, no tratando –aparentemente– de nada, lo podía haber tenido congelado por si una semana me venía mal el escribir de algo. Por no haber pasado nada, por mi cabeza o fuera de ella. Pero no. Está basado en hechos reales. Lo que me sucedió es que el lunes bajé a comprar unos filetes y el periódico. Subí directamente a casa –sin tomarme ni un café, como hago muchas mañanas– y metí los filetes en el congelador. Después de comer, cuando busqué el periódico para leerlo no lo encontraba por ninguna parte. Ni siquiera donde lo dejo siempre, encima de la mesa del cuarto de estar. Seguí buscándolo por todos los rincones. La mayoría absurdos. Y no aparecía. Concluí en que lo que había sucedido es que no había comprado el periódico, en ningún momento. Eso tenía que ser. Que había sido un autoengaño de la rutina. Bueno. Pero el martes, le pregunté a mi kiosquera y me dijo que ¡sí lo había comprado! Y con este misterio ha ido transcurriendo la semana hasta que ayer sábado voy a sacar los filetes del congelador y allí que me encuentro el periódico del lunes. Lo debí dejar con los filetes. En qué estaría pensando. Congelado a menos dieciocho grados estaba. Doblado por la mitad. La impresión que me dio es la de un hallazgo de arqueología polar. No habían pasado más que seis días, pero parecía que sobre sus noticias habían transcurrido años. Eras. Un velo de hielo pilé cubría la primera plana. Veía la sombra de lo que parecía un desfile militar, y luego en un ángulo, la de un desierto aterido, poblado de espectros de seres pasmados. Y el espinazo de unos rótulos a punto de craquelarse: «Fluido glacial», que recuerdo que de niño era un artículo... de broma.
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