El César y su señora
El jueves, el país se dividía entre begoñistas y antibegoñistas. Un apéndice del sanchismo
Este viernes acude Begoña Gómez a los juzgados madrileños de la plaza de Castilla. El jueves, cuando se escribían estas palabras, el país se dividía entre begoñistas y antibegoñistas. Un apéndice del sanchismo. Solo que este episodio, además del componente político, cobraba un tinte de periodismo rosa. Ya no se trata de los seudomedios a los que continuamente se refieren desde el Gobierno -sin que, por cierto, se consiga que por una vez den algún dato, alguna referencia concreta sobre quiénes son los pseudos y quiénes los enteros-, el caso de Begoña Gómez ha adquirido semejanzas con los estropicios y devaneos de una protagonista de la prensa del corazón. En este momento se especula si su marido la acompañará en un nuevo acto de Romeo enamorado o no. Una Pantoja refinada, una Belén Esteban de altos vuelos, muy a su pesar.
No ha buscado ese espacio, pero, ya se sabe, la imagen pública no depende de quienes están en el escenario sino de quienes manejan los focos. Ella ha preferido el silencio y usar de portavoz no solo a su marido sino a medio Gobierno y medio Partido Socialista. Un poco de responsabilidad en la deriva rosa sí ha tenido Pedro Sánchez con sus cartas a X y su prédica del enamorado profundo. Los sentimientos, por mucho que los realzaran los ministros socialistas, no son un valor político, como tampoco tienen un valor literario. Es asunto de novela o periodismo rosa. Si el presidente de un Gobierno español, autonómico o municipal está muy enamorado de su señora, de la vecina o sobrelleva el matrimonio no importa absolutamente nada. Ni quita ni añade mérito político a su tarea.
La honra y la ética van por otro lado y no son ni rosas ni verdes. Deben ser transparentes. Y eso es lo que debe dilucidar la justicia, haya entrado la señora Gómez por la puerta o por el garaje del juzgado. Que el resultado de esa sentencia vaya a ser aceptado por unos u otros ya no está tan claro. A raíz de lo que estamos viendo estos días, con políticos de un signo y de otro cuestionando altos tribunales según el signo que convenga, es poco esperanzador. El mismo juez que lleva el caso de Begoña Gómez, aceptando sin distinción un revoltijo de bulos y de indicios, está más que cuestionado. En cualquier caso habrá que confiar en la absoluta imparcialidad de la justicia y, como no, en su transparencia. La misma que se pide a los otros poderes. Y olvidar que la cuestión no está en lo que la mujer del César deba parecer o no. En ese sentido, el naufragio estético de la señora Gómez es evidente. Pero ni eso ni los latidos del corazón de Pedro Sánchez es lo que se juzga.