Creo que nunca habrán salido más caras unas canas al aire que las que se presuponen del emérito con esa cortesana alemana, a la que ... describen como empresaria, no sé de qué. Como no sea de un meublé, ya me dirán ustedes. Referirse a 'ciertos acontecimientos pasados' para enmascarar los revolcones en su particular Afrika Korps es de esos eufemismos que solo caben en la jerga de la diplomacia más capciosa.
Los hombres solemos ser muy débiles con el pecado de la carne y además nuestro cerebro –en ese trance– se queda sin riego sanguíneo, enviando el corazón su bombeo solo a una 'neurona', también conocida científicamente como pilila, cuya entrada en acción obnubila la razón. En esos trances somos seres desvalidos como canes tras perra en celo.
La naturaleza lleva impregnando nuestro comportamiento miles de años y por más que la educación, las creencias religiosas o los Me too nos aleccionen, lo cierto es que 'la merienda' sigue sin tener enmienda. Y en lo más recóndito de nuestro árbol genético sigue estando presente un impulso primitivo que hace que el hombre se sienta impelido, irremediablemente, hacia las mujeres, al menos en los heterosexuales. Y si les parece que exagero, piensen en el torero Enrique Ponce perdiendo los papeles tras esa joven hurí, a la que celebra como un adolescente al dibujar, con su manoletina –antes de la faena– la inicial de su nombre en el albero.
Cuando veo algún documental en La 2 de TVE (que es casi lo único que se puede ver de la televisión pública) y éste se dedica a narrar la vida de las manadas de leones en la sabana africana, no puedo por menos que sentir lástima de esos felinos melenudos, cargados de fiereza, cuya vida transcurre entre soledades hasta que las hembras entran en celo. Y es ahí cuando pelean para ser los elegidos; echar los casquetes que ellas consientan y luego ser despedidos con cajas destempladas hasta 'autraño', que diríamos en La Rioja. Cualquier paralelismo humano con el reino animal no debe considerarse sólo pura coincidencia.
Cuando uno se hace mayor y ve la vida un poco de soslayo, se valoran las cosas con otro talante más comprensivo, algo así como ni tanto ni tan calvo. No es que quiera minimizar el error del monarca (antes de ser emérito), pero sí que tengo para mí que se le ha tratado con intereses bastardos, cuyo fin no es el de castigar la no ejemplaridad de sus actos sino el mero deseo de cargarse la monarquía parlamentaria y propiciar rebuscadamente la república, mientras esos mismos –con sobrevenido derecho a pernada– usan el partido político como un safari no tan distinto al del elefante de Botswana. Pero lo suyo no solo no sonroja ni exige marcharse de casa, sino que consiente lubricantes y libidinosos miramientos de fotos de los trofeos –vayan ustedes a saber de qué guisa–, distribuidas como logros cinegéticos por algún chat o similar, y luego freír la tarjeta sim en el microondas (por si las moscas). Ya lo dijo Campoamor: «Y es que en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira».
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