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Esforzados del deporte mateo
Torneo de beer pong ·
La peña La Uva ha organizado este miércoles la novena edición de una competición que une cerveza, puntería y risasMe encontré en el ascensor a mi vecina Mari y, por romper el silencio, le pregunté por su hijo. Contestó que se había ido a ... hacer deporte. Levanté una ceja sorprendido. «Crossfit [las dos cejas], curling [boca abierta], cruising [estallido cerebral] o algo así», dijo. Ella, además de no entender el inglés, no comprendía el porqué de mis muecas. «Pero si hasta sale en el programa de fiestas», corroboraba buscando en el bolso y señalando la novena edición del torneo de beer pong de la Peña La Uva. Eso ya me cuadraba más.
«Igual hasta vuelve a casa con una copa y todo», añadía orgullosa. No le quise decir que no se preocupase por el palmarés de su hijo, que yo le había visto noches de conquistar la Champions, el Mundial, la Eurocopa y hasta la Intertoto. Por copas no iba a ser.
Pero me picó la curiosidad. Y en el paseo de la Constitución, este miércoles encontré todo un evento deportivo-festivo perfectamente organizado por los peñistas. Los participantes esperaban pacientes su turno de inscripción, con un cacharro en la mano o incluso fumando, lo que no deja de descolocar en el sanísimo mundo del deporte de élite. El locutor cantaba las mesas a las que debía dirigirse cada pareja, leía las reglas del juego e incluso eliminaba con rigor prusiano (pese a las orejitas de tigre que portaba en la cabeza) a los que no estaban en el sitio a su debido tiempo.
Los presentes ya conocían las normas. «Es la novena edición y la gran mayoría repite año a año», explicaba un miembro de la organización. La dinámica no era complicada: dos parejas enfrentadas, seis vasos mediados de cerveza a cada lado de la mesa y cuatro minutos para encestar unas pelotitas de pimpón en los recipientes rivales. El que recibía el tanto, se bebía el contenido. Había formas de duplicar y hasta triplicar el castigo, pero la mayoría optaba por los lanzamientos tradicionales, con una tensión creciente con el paso de las rondas.
Óscar y Adrián fueron los mejores de un evento que reunió a 64 participantes en un clima inmejorable de sana competitividad
La idea de un deporte de élite se esfumaba cuando el 'speaker' anunciaba duplas formadas por Martirio y Angustias, por ejemplo, o cuando la charanga se lanzaba a tocar hits que obligaban a reforzar la concentración (póngale a Mondo Duplantis una charanga e igual atina a meter la pértiga en el ojo de un juez). También cuando el maestro de ceremonias gritaba:«¿Falta alguien en la mesa o falta cerveza?». Los jueces, peñistas sabedores de su trascendental papel, mandaban la seña de que todo estaba en orden y comenzaba la ronda.
Había buen rollo, piques sanos (aquí no caben las agrias polémicas) y abrazos entre ganadores y perdedores en un ambiente que iba ganando en dramatismo con cada eliminatoria, pero también en efusividad («amigo mío, te quiero mucho» y tal). Los eliminados no abandonaban las mesas contritos, sino que, sonrientes, se quedaban viendo a sus compañeros o acudían al bar de enfrente a seguir recargando las pilas. El deporte obliga a la sobrehidratación.
La cruel dinámica iba dejando mesas vacías hasta una final vivida con la intensidad de un clásico. Fueron Óscary Adrián los mejores de los 64 participantes. Y mi pobre vecina Mari no podrá lucir la ansiada copa en la vitrina del salón. Además, el premio no era una copa, sino una chapa, entradas para la cata urbana y un cachi de cerveza. Y el cachi igual lucía raro entre los potos y las figuritas de Lladró.
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