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Pablo García Mancha
Domingo, 18 de septiembre 2016, 17:42
Julián López El Juli bordó el toreo en La Ribera, posiblemente realizó la mejor faena de su temporada merced a la despaciosidad de sus muletazos y la naturalidad que desparramó ante un toro extraordinario de una corrida vulgar de Vellosino, una corrida de mal juego de la que emergió señorialmente Español III, el toro más bajo y mejor hecho del envío, un precioso ejemplar que demostró el valor de su diferencia ya con el capote, con la cara hundida en la arena y con un ritmo sostenido en su dulcísima embestida. 'El Juli' lo vio pronto y lo lanceó con una suavidad maravillosa en el capote, con la punta del percal y la muñeca rota le dibujó tres lances cadenciosos que fueron replicados por Urdiales por lentísimas chicuelinas.
Había ese 'run run' de faena grande, de faenón. Y así fue, y así lo toreó 'El Juli' con las muñecas muy sueltas, muy desmayadas desde el principio en redondo y también al natural, con un cambio de mano al ralentí, mecido el viaje y rota la cadera para llevar al toro hasta el final del lance. Torear despacio, sin imponerse como un vendaval tal y como hizo en San Sebastián o como un torrente en Valladolid, torear para él, flotar de toreo en el albero de La Ribera disfrutando en cada serie, en cada embestida, en cada remate. No busquen en esta faena de Julián luquesinas u otras zarandajas, busquen temple y calidad en el toreo, sentimiento e inspiración. Faena gorda y faena que marca la diferencia de forma radical con el resto de su temporada, al menos de lo que ha visto este cronista y lo que ha podido discernir entre la selva de las crónicas, de hagiografías y de laudatorios habituales a su tauromaquia. La faena de Logroño ha sido otra cosa, otra pasta, otra entidad; fue el toreo, el que se reivindica con la clase y el alma, el que surge a borbotones del corazón, el que hace de esta expresión artística algo diferente y única, no un marcador como si de un partido de fútbol se tratara. El Juli de Logroño se reencontró con aquel de 'Cantapájaros' de Madrid o con el ya lejanísimo de San Martín con el que hace más de una década comenzó a cambiar todo en su alma de torero.
18 años
Dicen los calendarios que ayer Julián cumplía 18 de alternativa y el regalo que ofreció a Logroño y a sí mismo fue de categoría, de oro macizo, de toreo puro que hace que cada lance se sienta en las muñecas y en la punta de los dedos. El estoconazo, una vez más con su irrefrenable salto, quedó desprendido y un pelín atravesado, pero la muerte del toro tuvo la solemnidad que tan bien describía 'Juncal' en sus memorables diálogos con 'El Búfalo'. Dos orejas de ley que marcaron ayer el pulso de la corrida en La Ribera.
Y es que el resto de los toros de Vellosino fue una filfa, bien presentados, justos de cara y vacíos de bravura. Sólo la capacidad de Urdiales para inventarse una faena medida al tercero rescató a los aficionados del tedio de la tarde y del pasotismo increíble de Morante, que pasó como un naufrago en su anodina tarde. El primero tuvo sus teclas, había que exponerle mucho, y el de La Puebla se lo quitó de encima con una velocidad inaudita. Sólo dos verónicas y una media abelmontada recogiendo el capote tuvo interés, el resto fue para el olvido.
Diego Urdiales toreó muy bien a la verónica al toro de la oreja, ganando terreno y rematando con una preciosa media en la boca de riego. La faena fue una verdadera lección de colocación y sitio; el toro se iba, y Diego con su imán logró arrebatarle muletazos superiores en redondo, con dos especialmente buenos al final de la faena.
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