Reaccione usted, no hay nadie más

Desde luego, los políticos no van a cambiar. Y no porque sean mejores o peores. Hay de todo, como siempre, como en cualquier parte. Pero ellos destacan por encima de nosotros siempre en una cosa: en oler el viento y ver por dónde nos da el aire. Y ahora han entendido bien clarito que lo que les renta es ponernos a los unos contra los otros.

No es culpa de ellos, no. Es culpa suya de usted. Mientras le parezca bien que un presidente haga suya la máxima de que solo manda para medio país (el que está a su lado del muro) y eso le salga a cuenta, lo seguirá haciendo. Usted sabrá, señor votante del PSOE, si le parece normal seguir pensando que el partido más votado de este país es una cueva de fachas. Yo miro en la calle y no lo veo.

Mientras a usted, señor votante del PP, le haga tanta gracia que en su partido sigan llamando «hijo de puta» en cada mitin al presidente del Gobierno (esa gracieta inmunda del «me gusta la fruta» no es otra cosa, ya sabe) no tenemos remedio. Sus representantes de usted deberían ser otra cosa. Si de eso se ríen, por qué se creen mejores.

Si usted, señora votante de Vox, sigue comprando el discurso racista y homófobo de un señor que no duda en decir que a un rival político hay que «colgarle por los pies» no se crea ninguna solución a ningún problema, sino la causa de muchos. Y si usted vota a Alvise... En fin, está usted más allá de casi cualquier ayuda, porque vive en un mundo irreal en el que la mentira y la verdad no valen un pimiento.

Es cosa suya, ya le digo. Usted sabrá a dónde vamos si se dedica a tragarse con patatas lo que quiere oír, aunque sea una ensalada de medias verdades y gracioserías burdas. Puede usted seguir leyendo medios y influencers de esos que todos los días se meten con los mismos; sin duda así se vive más tranquilo y envuelto en justa indignación. Pero luego no diga «¡ay, los políticos!».

Los políticos hacen aquello por lo que reciben recompensa de usted. No otra cosa. Así que ya sabe: si le parece bien cómo vamos, siga, siga. O si no, reaccione. Nadie más puede hacerlo.

Y por fin llegamos a la estación. No es que le sorprenda a nadie: que este trenecito indulto-amnistía a los independentistas iba a acabar en más dinero para Cataluña y menos para el resto de las comunidades era tan evidente que oír ahora a alguien quejarse es hasta sorprendente. Ahí estamos. Ya lo han empezado a meter en sus discursos los aduladores más desvergonzados de Sanchez, empezando por la vicepresidenta Montero. Que hay que dar un trato «especial» a esa comunidad. Seguro que en las próximas semanas va a oír muchas razones por las que eso es una maravilla para todos. Pero me encantaría que, en ese momento, los socialistas del resto de España tuvieran a bien explicarnos por qué es tan bueno para todos que Cataluña, una de las comunidades de por sí más ricas de este país, tenga que recibir aun más dinero y dar aún menos. Pero, en fin, que ya estamos donde sabíamos que íbamos a estar. Prepare la cartera.

Estoy en modo rojigualda. Me pasa con el fútbol, cada dos años. Es como una infección. Aunque siga haciéndole caso a mis quehaceres diarios, en realidad mi cabeza está en otro lado. Así que ya comprenderá que ande un poco alborotado: culpable de estar ilusionado con estos chicos vestidos de rojo, de regiones, colores y equipos diferentes, que me hacen alegrarme y entristecerme. Como ayer ganamos, voy a dedicarme a ser feliz como una calabaza durante unas horas. Luego ya caeremos. O igual no. A por ellos, oé.