La sociedad es la culpable
«Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala» ('El Quijote', segunda parte, capítulo XXVI, Miguel de Cervantes)
A Íñigo Errejón el núcleo le irradiaba más de lo conveniente y eso ha terminado por fundirle los plomos. Sin entrar en el meollo del ... asunto, podemos alcanzar una primera conclusión: solo por el comunicado que sacó, ya merecía penalti y tarjeta roja. Hay que reeducar a Íñigo, pero no solo con psicólogos, sino con un buen profesor de lengua: qué manera absurda de escribir, qué afectación, qué forma de maltratar el idioma.
La prosa de Errejón es un nuevo dar abalorios a los indígenas para engatusarlos con sus brillos y mientras tanto colar de tapadillo cualquier cosa. Yo anularía toda la programación de Lengua del Bachillerato y pondría a los estudiantes a estudiar en exclusiva este texto, como cuando en Biología se estudian los mohos y las bacterias. Si el virus atroz de la pedantería se ha propagado y no hay manera de frenar su expansión, tal vez habría que bombardear la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense y empezar de cero: sujeto-verbo-predicado. Si, como decía Ortega, «la claridad es la cortesía del filósofo», la oscuridad esconde siempre algo turbio, la semilla de un engaño.
Como suele suceder, el mejor análisis político de la semana lo firmó 'El Mundo Today', que publicó un tuit muy ocurrente: «Íñigo Errejón deja la política tras ser víctima de unos abusos sexuales cometidos por él». No debemos ir tan allí, porque uno sigue siendo devoto de los procesos judiciales y de la presunción de inocencia, pero sí podemos señalar la ignominia de la excusa. Al leer el comunicado, da la sensación de que el neoliberalismo ha ocupado el cuerpo inocente de Íñigo y le ha forzado a hacer cosas que él no quería. Según parece, cuando a uno de repente se le caen encima milenios de patriarcado, la mano, manejada por unos hilos invisibles tipo Adam Smith, acaba yéndose indefectiblemente a manosear el culo más cercano. Desde este punto de vista, Íñigo no necesitaría tanto una reeducación como un exorcismo, en el que un cura titulado (tal vez el propio Monedero) consiguiera, mediante los oportunos sortilegios, sacarle de dentro el demonio tocaculos del neoliberalismo.
Esta alusión al patriarcado como circunstancia atenuante o incluso eximente es brillante y puede que tenga algún éxito en los círculos machirulos más desenvueltos; se parece mucho a cuando los conductores que han provocado un accidente alegan que no sabían lo que hacían porque iban borrachos y drogados. Coartadas extrañas para diluir la responsabilidad individual. La vieja idea del hombre dominado por su pene nunca me ha convencido: para algo está el cerebro, no solo para inventar subordinadas como retortijones.
De la dimisión o expulsión de Íñigo podrían derivarse consecuencias políticas. Tal vez suponga la defunción definitiva de Sumar, que ya se había convertido en un envoltorio sin contenido, y quién sabe si una modesta resurrección de Podemos (Irene y Pablo están con la escopeta cargada). No obstante, por el momento, cabe extraer una valiosa lección lingüística.
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