Toda esta gente de Vox

Sería fácil porque igual así no tendríamos que ponernos a pensar. Es lo que tiene la lógica de bandos, la costumbre del rebaño: con achacarle lo que no te gusta, no te interesa o no te conviene al de enfrente, prou.

Pero es mentira, claro. Qué más quisieran los de Vox que tener en La Rioja semejante poder de convocatoria como para montar la que se ha liado esta semana.

La pura realidad es que en el campo riojano, como en el español o el europeo, ya que estamos, hay mucha gente cabreada. Un tipo se puede cabrear sin motivo, incluso unos cuantos. Cuando se cabrean casi todos, conviene pararse, poner el oído y pensar un poco.

No significa que los que protestan estos días tengan razón en todo. Que las cosas han cambiado es una realidad universal: no sólo para los agricultores, sino prácticamente para todo el mundo. Salir a pedir que todo sea como era hace unos años es comprensible. Que nos pregunten a los periodistas. Pero también es inútil. Que nos pregunten a los periodistas.

Pero conviene entender. Más allá de eslóganes debería chirriarnos a todos que un colectivo de personas tomen la derogación de la 'Agenda 2030' como un objetivo común. Porque no sé si saben qué es esa agenda: es básicamente una carta a los reyes magos, un conjunto de buenos deseos que nos convendría cumplir si queremos seguir en este planeta dentro de unas décadas. Tipo luchar contra el hambre infantil, por la educación de todos, el agua, esas cosas.

Pero esta gente, que son paisanos nuestros, están muy enfadados con eso. Y sabrán por qué. Porque el cambio climático les impone obligaciones, pero a cambio no ven beneficios. Porque, como pasa en muchos campos, muchos ganan dinero, pero no los que están abajo del todo. Porque hay sectores, como este, enormemente vulnerables y enormemente importantes que sin embargo no se sienten tan en el centro de todo como deberían. Porque, en fin, es duro sentir que quienes toman las decisiones siempre pasan de ti.

Todo eso es una desgracia en cualquier parte, pero en esta tierra es una tragedia. Les debemos mucho, pero sobre todo una cosa, o dos: escucharles e intentar comprenderles.

El espectáculo está siendo insuperable. Si no fuera porque somos nosotros, es una de esas cosas que lees en un artículo largo de periódico y te partes la caja. Qué país más chusco ése.

Pero es que somos nosotros. Ahí está nuestro presidente del Gobierno persiguiendo a un tipo que se pasó por el forro todas las leyes que había jurado defender y que, tras hacerlo, tuvo la gallardía de salir por patas en un maletero. Un tipo al que el Parlamento Europeo pide que se investigue por tener contactos con Rusia, esa potencia tan interesada en cargarse Europa. Un tipo al que 11 de 15 fiscales del Supremo ven plausible investigar por terrorismo. Y nuestro presidente no le persigue para hacer que responda por eso, sino para que se deje amnistiar.

Déjeme usted que le perdone todo, plis. Yo le cambio lo que quiera, le derogo la ley básica que sea, le crucifico al juez que toque. Pero por favor, don Puigdemont, no me de tan mala vida.

Ahora que estamos de huelgas y protestas. Llevamos cien días con una huelga en La Rioja que nadie ha notado. O casi: los abogados del turno de oficio llevan ese tiempo protestando sin que nadie se moleste en hacerles caso. He ahí un pequeño pilar de esto del estado de derecho: que todo el mundo tenga derecho a una asistencia legal aunque no pueda pagársela. Y que ese derecho se esté maltratando así sin que a nadie le importe, y que no se les haga caso a quienes sufren porque no pueden liarla... En fin. País.