Español, el que se lo merezca
«La nacionalidad española no se regala», dice Feijóo. Pero la verdad es que sí
Dice Alberto Núñez Feijóo, lanzado a la carrera de parecer ser de Vox para quitarle votos de Vox a Vox (digo yo que el que ... quiera votar a Vox votará antes a Vox que a un sucedáneo de Vox, pero qué sé yo) que «la nacionalidad española no se regala, hay que merecerla». Lo cual es, como frase, un prodigio: es difícil estar más equivocado en tan corta sentencia.
Pocas cosas hay más regaladas que una nacionalidad española. Uno solo necesita una carambola ginecológica: con asomar las orejas por primera vez en el territorio delimitado por ciertas líneas pintadas en un mapa, hecho está. Y a partir de ahí uno puede dedicarse toda la vida con perfecto afán a ser el más desalmado miserable que el país haya conocido, una vergüenza nacional, un desfalcador implacable, un defraudador de impuestos, un etcétera de todo el incivismo posible. Pero bien español, sí.
Hay que merecerlo, dice Feijóo. Porque (esto no lo dice porque se sobreentiende) ser español es mejor que lo que quiera que sea esa gente de colores. Es la onda en el mundo, ciertamente. El nacionalismo, la idea que más gente ha matado en la historia de la humanidad, parecía ir disolviéndose entre el final del XX y el principio del XXI pero ahora, qué pena, está más de moda que nunca. No es de extrañar: la gente a la que se dirige Feijóo encuentra en su pertenencia a una nación superior (todas lo son con respecto a otra, o eso creen) un antídoto sentimental y fácil contra el desarraigo de un mundo que se ha puesto a cambiar a una velocidad aceleradísima.
Para ellos, ser españoles es, digamos, mejor que ser marroquí. Antes lo negaban porque daba vergüencita ser así, pero desde que es tan fácil y tan gratis decir burradas en público, ya no hay caretas. Uno puede ser racista y orgulloso, Santiago y cierra España, y grabarse un tiktok diciéndolo.
Los ricos siempre se han creído mejores que los pobres porque, igual que los españoles prototípicos de Feijóo, creen que lo son porque se lo merecen. Siempre hay un pez más grande, no obstante. No dudo de que los suizos y los alemanes de los 50 se veían mejores que los españoles que les servían, o que muchos holandeses de ahora se creen más guapos que los españoles.
Nadie es mejor que nadie por ser mas blanco, mas rico, más cristiano, más europeo. Cada uno lleva en sí mismo las razones que le hacen mejor o peor persona. Y qué poco dice de nosotros que tengamos que andar recordando tamaña obviedad.
Lunes Rehenes
Veinte caras sonrientes
Es lunes por la tarde, y busco fotos para la portada de la edición de papel de este periódico. Como siempre pero algo distinto, porque en lugar de buscar una estoy buscando veinte.
Son 20 hombres jóvenes, todos ellos delgados, todos ellos barbudos, todos ellos locos de alegría. No es para menos: han sobrevivido a 733 días de cautiverio y tortura en condiciones que no puedo imaginarme, en manos de un grupo terrorista sin aprecio por ninguna vida, y menos si esa vida es israelí.
Y en su nombre, además (de esto no tienen la menor culpa, claro) se ha desatado una masacre como pocas se han visto en las últimas décadas en el mundo. Un horror sobre un horror, un sufrimiento sobre otro, una matanza encima de otra.
Pero veo esas sonrisas y esos abrazos con las familias que han sufrido estos dos años, y aunque piense en las decenas de miles que no lo han conseguido, recuerdo que siempre hay una pequeña esperanza.
Jueves Impronta
Tres buenos premios
Una gran noche la del jueves. Damos premios, y damos buenos premios: a un señor cuyo mérito es el compromiso y la memoria; a otro que ejemplifica el tesón, la investigación, la implicación con mejorar el mundo en el que se mueve; a otro que habla de ciencia de modo que todo el mundo le escucha. Gente de este pequeño pueblo, de esta esquina del mundo siempre en la frontera de otros más grandes. Terminamos cantando «La Rioja existe» con, no lo escondo, un algo de emoción y mucho agradecimiento: buenos premios, sí.
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