Un último repaso

Una autopista a cachos

La España de las Autonomías tiene un grave problema con esa definición, y de ahí vienen un carro de problemas. Esta semana hemos vivido uno de esos episodios, que no salen en los telediarios porque, en fin, esto es La Rioja.

Uno entiende que las carreteras pequeñas de una comunidad autónoma sean gestionadas por esa comunidad autónoma. Poco tiene que decir el Estado sobre qué ha de hacerse con la comarcal que va de Daroca de Rioja a Hornos de Moncalvillo, pongamos por caso. Más que nada porque solo a los riojanos interesa tal cuestión.

Pero las grandes vías de comunicación que van de un lado a otro del país deberían ser patrimonio exclusivo del Estado de todos. No tiene sentido, por ejemplo, que una carretera que comunica todo el valle del Ebro desde Cataluña hasta el País Vasco acabe parceladita en diferentes etapas que dependen cada una de una administración distinta. Esas cosas se hacen por dar gusto a los de siempre (esos nacionalistas, con sus votos siempre tan necesarios), pero al final pasan cosas chuscas y definitivamente sin sentido.

Recuerden ustedes siempre que la AP-68 debería ser gratis desde hace trece años. Que ya casi se nos había olvidado. Todos esos años que han pasado, además de costarnos un ojo de la cara a los riojanos (que no teníamos otra autovía hasta hace bien poco) han dado tiempo a que el siempre solícito Estado traspasara al siempre hambriento Gobierno Vasco la gestión de su tramo de la AP-68.

Y así, ahora que se acerca el deseado 2026, el día D de la liberación autopistil, dicen los vascos que miau. Que su tramo, que es suyo, seguirá siendo de pago.

El pozo en el que cae nuestro gozo, en fin, es profundo pero poco. Porque ya se va llenando de noticias buenas solo a medias, o malas casi enteras.

Lo peor, con todo, no es solo el seguir contando con peaje. Ni siquiera el sesudo análisis de Jesús María García, expresidente del Parlamento: «Así podremos atraer más turistas». Que en fin.

Lo peor es que en este país no hay manera de tomar decisiones comunes sobre cosas comunes. Que cada vez menos cosas son, en fin, de todos.

Protestar es un arte complicado. Sobre todo hacerlo desde lejos, aunque nada humano, en fin, haya de sernos ajeno del todo. Pero hay que elegir bien: el cómo, el quién. Y el cuándo.

Veo con un cierto estupor una protesta propalestina ante la Delegación del Gobierno en Logroño. Se tiran por el suelo, haciéndonos recordar a las decenas de miles de palestinos muertos bajo las bombas israelíes. Reclaman el fin del comercio de armas.

Santo y bueno acordarse de ello. Lo que allí se dijo parece razonable, también en parte cómo se dijo (aunque siempre me chirría cuando veo niños en cosas de éstas, sus padres sabrán). Pero no el día, ese día. El lunes se cumplía un año del hecho que, nos pongamos como nos pongamos, originó todo este horror: la matanza de 1.197 israelíes en uno de los peores actos terroristas que se recuerdan. Y justo ese día se eligió para esta protesta riojana. Una mala idea, se mire como se mire.

Pero vamos a ver, hombre. Si tú tenías que seguir jugando para siempre. Había pocas cosas seguras en la vida, y una de ellas era, ay, que Rafa siempre volvía. Es lo que tienen los mitos que comparten mundo con nosotros: que se posan encima de la persona hasta que hacen que la olvidemos, o casi. Las personas envejecen, se cansan, se rompen. A veces defraudan. Los mitos no lo hacen, porque al fin y al cabo los hemos creado a imagen y semejanza de nuestros deseos. Es la hora de que la persona, eso sí, descanse. Vamos, Rafa.