Espert, la bonhomía de un hombre eficaz
Joaquín Espert ·
El presidente más efímero de la región era un obsesionado de la eficacia política como arma para afianzar la autonomía riojanaToño del Río
Miércoles, 14 de junio 2023
Fumaba Chester, sin filtro, uno tras otro, cuando el Chester sin filtro era más cosa de progres que de un abogado de mediana edad bien ... asentado en una plaza de provincias como aquel Logroño de los primeros 80. La Rioja aún se debatía entre el existir y no ser del himno que había cantado hasta hacía muy poco Carmen Medrano, con Jesús y con Iñaki , y cuyos ecos sacudían todavía la conciencia de los partidos políticos y de los políticos de los partidos que casi se habían visto obligados a aceptar el destino que los riojanos habían elegido para su tierra: la autonomía. No fue uno de ellos Joaquín Espert (Logroño, 1 de septiembre de 1938), que aunque alineado en la poco autonomista Alianza Popular, se declaraba ferviente valedor de la España plurirregional que los españoles se habían dado en la Constitución.
Era, en realidad, un hombre bueno de los que se montaron en aquel carro pensando en que se podían hacer mejor las cosas, de los que creían en que la política era compatible con la profesión y la familia, de quienes pensaban que los intereses de los que compañeros de siglas en el crucero de la gestión pública eran intereses compartidos. Acaso porque a este hijo de riojana y valenciano le sobraba bonhomía y talante, y hasta acaso un tanto así de ingenuidad en una incipiente política riojana en la que, de hecho, no faltaban puñales y traiciones sin salir de casa. Era Espert, como le reconocía la calle, un hombre afable, socarrón y ameno conversador. Lo fue mientras daba sus primeros pasos en la política regional, que por aquel entonces se sustanciaba más en el Mesón del Rey, el Lucan's o el Llacolén, tres glorias de la hostelería local hoy extintas, que en las sedes de los partidos llenas de despachos con Hispano Olivettis y estrecheces compartidas. Espacios lóbregos atendidos con un hoy impensable amateurismo que suplía con ilusión la falta de otras habilidades y medios. En esas condiciones se quitó la caspa aquella Alianza Popular a la que arribó Espert cuando aquel partido de la derecha aún olía aún a rancio, a tardofranquismo, a Opus y a nostalgia. Fue de los que llegaron para abrir las ventanas y que entrase el nuevo aire, y para mover de sus sillas a los que se creían inamovibles.
Luego de destacar algunos años en la oposición, a le llegó su turno tras sobrevivir a una grave crisis interna de AP de la que surgió impelido como candidato a la Presidencia del Gobierno regional. No ganó, pero desde la más absoluta discreción fue diligente para sumar apoyos, por acción u omisión, desde el centro y desde el también joven regionalismo riojano, el PRP (hoy PR+) cuya lista encabezaba su cuñado, Luis Javier Rodríguez Moroy (cosa que, cuentan, no allanó el camino del acuerdo).
En su Gabinete, el de la segunda legislatura autonómica, abundaron más los perfiles técnicos que los políticos. Estaba obsesionado por la eficacia. «La eficacia es fundamental en una autonomía porque la carga de autogobierno nos exige ser eficaces; de no serlo, perderemos razón de ser», dijo justo antes de tomar posesión del cargo. Aquello no duró no una Olimpiada. En tres años, los amaños de la política le cargaron de ojeras y le arrebataron sus prístinas ilusiones de político aficionado. Nada era igual ya a lo que él se había encontrado cuando llegó. Hasta su partido, Alianza Popular, había dejado de existir en favor de su heredero, el Partido Popular. Recogió el petate y volvió a abrir su despacho profesional antes de reengancharse como senador. Siempre conservó su bonhomía y buen humor. Y la voz rota por el Chester y las largas discusiones en el Lucan's y el Llacolén cuando apretarse unos sin filtro o tomarse unos wkiskys era algo que podían hacer hasta las buenas personas sin que las mirásemos mal.
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