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Portada del libro 'Paisajes después de a batalla'. L.R.

Prefiero anticiparme a mi ruina

Gacetilla de un tipo confinado (XXIV) ·

Salí a primera hora. La ciudad ofrecía un aspecto de calles entumecidas y sombras fugitivas de semblantes sonámbulos y fugaces

Jueves, 9 de abril 2020, 08:56

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Cuando no finjo que duermo es que estoy soñando. Cuando estudiaba en el Sagasta dormitaba durante casi todas las clases pero soñaba en la de literatura con el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. El místico de Fontiveros me llevó a 'Las virtudes del pájaro solitario', de Juan Goytisolo, y una carta del Círculo de Lectores a 'Paisajes después de la batalla', un libro salvaje y brutal que nunca he comprendido.

Ayer volví a salir a por víveres tras siete días de ostracismo. La ciudad ofrecía a primera hora un aspecto de calles entumecidas y sombras fugitivas de semblante sonámbulo. Atravesé el parque Gallarza buscando una panadería y me asaltó un enjambre furioso de diminutos mosquitos. No me los tragué a cientos porque llevaba mascarilla –era como de papel de fumar– pero me salvó de un indeseable atracón de dípteros.

Me hubiera gustado conversar con Goytisolo. De su muerte en Marrakech solo recuerdo una carta y una fotografía en la que su ahijado Jalid le daba un beso en la frente mientras él contenía la respiración y la mirada. «El tiempo ya no apremia, su tiranía ha cesado: puedes callejear, escribir, extraviarte».

Asomó un sol tibio y alicaído. La mascarilla me hizo sudar y se me velaban las gafas con el vaho de mi respiración

Hace tiempo que dejé de soñar con el poeta místico y a veces se me aparece el alter ego del escritor en 'Paisajes después de la batalla', el hombre de gafas, sombrero y gabardina que perseguía niñas en los parques o que enviaba misivas grotescas a directores de periódicos: «Me gustan los perros, señor director. De todas las razas y tamaños, sin omisión alguna. Razón por la cual mantengo una dinámica abierta y plural con cuantos representantes de la especie perruna tropiezo en la calle».

De regreso a casa asomó levemente un sol tibio pero alicaído. La mascarilla me hizo sudar y se me velaban las gafas con el vaporcillo de mi respiración agitada. «Desaparecida la libido y con ella la escritura, compruebo que ya he dicho lo que tenía que decir. Tampoco mi cuerpo da para más». Las últimas palabras escritas de Goytisolo las leí por la tarde, a la caída de un sol que todavía se resiste a pronosticar el verano: «Antes que ese declive afecte a mi capacidad cognitiva prefiero anticiparme a mi ruina». El maestro de Alquibla, el lector de San Juan de la Cruz y un tipo parisino despiadado con su vida. Tres laberintos y un sueño juvenil.

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