El alma química de Oriana
Gacetilla de un tipo confinado (XXVII) ·
Cerré los ojos con el aria del Lamento de Dido, la voz de Karina Gauvin y los volví a abrir gracias a la lectura obstinada de Oriana FallaciLogroño se encerró ayer en la nebulosa templada de una lluvia constante y lánguida, un poco como el ostinato de Purcell, que es una música que gira igual que una peonza sobre su centro de gravedad creando una y otra vez el mismo paisaje sonoro, la textura liviana del agua que apenas humedecía los adoquines. Cerré los ojos con el aria del Lamento de Dido, la voz de Karina Gauvin y la lectura obstinada de Oriana Fallaci, a la que siempre regreso porque su pluma sanguínea y descarnada me reconcilia con la libertad. Y como ella puntualizaba, no con la libertad como «desenfreno y prepotencia; no, con la libertad disciplinada y autodisciplinada».
Me gustan muchos libros de Oriana, aunque la descubrí tarde, con 'La rabia y el orgullo' que escribió tras el 11-S, y con el que me estremecí gracias a una voz que le fluía de ese lugar imposible donde convergen el alma y la razón: «Rompían los cristales de las ventanas y se lanzaban al vacío como si se lanzasen de un avión en paracaídas, y caían lentamente. Agitando las piernas y los brazos, nadando en el aire».
Periodista italiana, atea y cristiana, feminista de primera hora y antifascista que abominó de «sus hijos predilectos», el nazismo y el bolchevismo. Tras sus andanzas, desengaños y batallas en todas las guerras de su tiempo, se retiró a Nueva York, donde eligió el silencio y el exilio: «Garibaldi también vino aquí. ¿Recuerdas?».
«Occidente y Europa están más enfermos que yo. He llorado sin lágrimas hasta deshidratarme»
En 'El Apocalipsis' se entrevista a sí misma ya muy mayor: «Estoy mal, pero razono y escribo, lucho como antes y más que antes. ¿Puede la mente oponerse a la muerte? Creo que sí. No en vano sostengo que el alma es una fórmula química y quizás contenga anticuerpos que me inmunizan negándose a dejarse sojuzgar por las células enloquecidas». Aceptó ser entrevistada por sí misma por una razón: «La medicina me ha sentenciado. Señora, no se curará. Pero tengo muchas cosas que decir». Y habló sin parar: «Occidente, Europa e Italia están más enfermos que yo. He llorado sin lágrimas hasta quedarme deshidratada».
La lluvia cesó a media tarde, apenas unas pompitas en la piscina dejaban minúsculas gotas furtivas como la sensación que ofrecían los pocos peatones a los que vi atravesando el parque. Caminaban solos y ligeros, como los anticuerpos químicos del alma de Oriana.