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Hijas de Felipa González, en una fotografía de los años treinta, tomada en la ciudad de Córdoba (Argentina). A la derecha, Julia y José, primos de Francisco Rocandio y Francisca González, datada en la ciudad argentina de Coronel Brandsen en 1924. :: b.b.
El árbol de la memoria

El árbol de la memoria

«Allá, a aquellas tierras americanas, llegó mi tía-abuela Felipa González desde Canales de la Sierra en los primeros años del siglo XX»

Benjamín Blanco

Domingo, 22 de enero 2017, 01:06

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Tenía tres tíos en Argentina y a ninguno conocí. Uno se da cuenta de que se hace mayor cuando mira más al pasado que al futuro (o cuando empieza a leer las esquelas de este diario).

Con el paso de los años, de las décadas, empiezas a preguntarte quiénes son los protagonistas de aquellas viejas fotos (y de algunas cartas manuscritas) que tus padres guardaban en una también vieja caja de cartón, aquella que salía del armario en momentos especiales: una boda, un nacimiento, un fallecimiento...

Entre esos tesoros familares, buscas rasgos y gestos que reconoces en los que te rodean o incluso en ti mismo. Después de repasar rostros y poses, le das la vuelta a la fotografía y descubres poco a poco parte de tu árbol genealógico escrito con plumilla desde la Córdoba o La Mendoza argentina allá por los años veinte y treinta del siglo pasado. Poco a poco, tratas de desenmarañar una historia formada de pequeñas historias personales separando las ramas de un árbol intrincado pero por las que corre la misma savia, en este caso la de los Rocandio y los González de Canales de la Sierra.

Allá, a aquellas tierras americanas, llegó mi tía-abuela Felipa González desde Canales de la Sierra en los primeros años del siglo XX. Ella fue la pionera que abrió el camino a sus sobrinos, los que luego se convertirían en mis tres tíos citados al comienzo de esta retina de la memoria. Eran los hijos de Francisca González y Francisco Rocandio: Lucio Rocandio González, Juan Rocandio González y Mariano Rocandio González. Sus peripecias vitales representan a la perfección los éxitos y fracasos de aquellos que tuvieron que abandonar la sierra riojana para buscarse la vida allende los mares (entre 1900 y 1920, casi trescientos canaliegos tomaron un barco con destino a Argentina, Chile o Cuba).

Cada uno trató de abrirse camino en una nueva ciudad, en un nuevo país, en un nuevo continente... en una nueva vida. Pero más allá de sus logros laborales y vitales, lo que allí dejaron fue una larga descendencia: los que ahora son mis primos, los mismos que llevan con un orgullo casi regio su sangre riojana y más concretamente su origen en una localidad que amaneció al siglo XX con casi mil habitantes y que en 2017 no frisa los cien; un pueblo que todavía muestra su origen emigrante: el censo de canaliegos residentes en el extranjero supera los 140.

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