Las víctimas mortales del devastador incendio de Hong Kong ascienden a 128
Agentes de la Policía y bomberos se disponen a acceder al interior del edificio tras sofocar las llamas al cabo de dos días, cuando todavía queda un centenar de personas por localizar
Jaime Santirso
Enviado especial a Hong Kong
Viernes, 28 de noviembre 2025, 15:42
El incendio que desde hace dos días asola el complejo residencial de Wang Fuk por fin se ha extinguido este viernes, convertido ya en una ... de las catástrofes más devastadoras en la historia moderna de Hong Kong. Sus trágicas dimensiones están todavía por dilucidar con exactitud. La cifra oficial de fallecidos se eleva por ahora a 128, aunque se prevé que siga aumentando a medida que avanzan las labores de rescate.
Unas 200 personas permanecen en paradero desconocido, y fuentes policiales han alertado a este medio que dentro de los bloques podría haber hasta «un centenar» de cadáveres. «Hasta ahora los bomberos solo han despejado los escombros, no han recogido los cuerpos porque su prioridad era buscar supervivientes. Lo que hacían era fotografiar los rostros reconocibles y apuntar el piso donde los encontraban», explican a este medio agentes involucrados en la operación. Dichas imágenes, «en su mayoría ancianos y niños», acaban colgadas en una gran pared en el interior del centro comunitario Kwong Fuk, un espacio a la vuelta de la esquina donde acuden familiares de los desaparecidos, en busca de respuestas definitivas tanto o más dolorosas que la incertidumbre.
Con las llamas ya apagadas y la seguridad de la zona garantizada, bomberos y policías han iniciado el viernes por la tarde una batida de arriba a abajo por los edificios, con el propósito de retirar los cuerpos que aguardan en su interior. Una operación que se prevé larga y podría durar hasta dos días, dado que el complejo está compuesto de ocho bloques –siete de los cuales ardieron– de 31 plantas cada uno con un total de 1.900 viviendas, reducidas en su mayoría a cenizas.
Supervivientes en 'shock'
Quien mantiene la vida ha perdido todo lo demás. Kenneth Tse y su mujer estaban en sus respectivos puestos de trabajo cuando vieron en redes sociales las primeras imágenes del desastre y reconocieron con horror la fachada de su edificio. «No sabemos expresar lo que sentimos, muchos de nuestros vecinos y amigos han fallecido, a nosotros no nos queda nada», musitan mientras sujetan una bolsa repleta de pañales para su hijo de tres años. «De momento nos estamos quedando en casa de unos familiares».
Las posesiones de Maple y su marido, un matrimonio de sexagenarios, han quedado reducidas a una maleta de mano que arrastra con gesto de amargura. También ellos estaban fuera de casa cuando empezó el incendio, y también ellos han sabido de la muerte de muchos de sus vecinos. Por eso esta mujer se confiesa, pese a todo, «afortunada». La mayoría de los objetos que contiene la maleta, además, ni siquiera son suyos, sino artículos de primera necesidad obtenidos en la Escuela Secundaria Iglesia de Cristo en China Fung Leung Kit, que estos días sirve como refugio para los desplazados que no tienen otro lugar donde ir.
200 personas
continúan en paradero desconocido dos días después de que se desatara el incendio en Wang Fuk. Las autoridades sospechan que entre las cenizas de los rascacielos puede haber un centenar de cadáveres.
Solo el apabullante despliegue de solidaridad alivia el sufrimiento. La explanada adyacente contiene tal cantidad de productos que unos cartones trazan un improvisado mapa, como si se tratara de un centro comercial sin lucro alguno. Cientos de voluntarios zigzaguean a toda velocidad portando rebosantes cajas de cartón. «He venido esta mañana dispuesto a ayudar. He llevado unas bolsas al refugio, pero al llegar me han dicho que no necesitaban más cosas», cuenta Alvin, un treintañero criado en el barrio. «Es un episodio muy triste, deberían investigar y llegar al fondo de la cuestión».
Las autoridades, entretanto, avanzan en su investigación criminal y este viernes han arrestado a otras ocho personas vinculadas con el proyecto de renovación del complejo, valorado en 330 millones de dólares hongkoneses (36 millones de euros). Estos se unen a la detención el jueves de tres responsables de la empresa que ejecutaba las obras, acusados de homicidio imprudente por emplear materiales no homologados.
Las pruebas preliminares muestran que la red del andamiaje cumplía con los estándares legales, según ha revelado el secretario de Seguridad Chris Tang. No así las planchas de poliestireno aplicadas en las ventanas, altamente inflamables, que provocaron la rápida expansión de las llamas y la ruptura de los cristales, lo que introdujo el aire ardiente en el interior de las viviendas. El origen específico del fuego todavía no se ha esclarecido.
Todo ello apunta a prácticas negligentes por parte de la firma encargada de la renovación, Prestige Construction and Engineering. Esta había recibido hasta dieciséis inspecciones del Departamento de Construcción, organismo oficial que llegó a reportar tres violaciones del protocolo antiincendios en las obras de Wang Fuk, la última de ellas el pasado 20 de noviembre. La empresa ya había sido sancionada en años recientes por prácticas ilícitas en otras construcciones.
Catástrofe evitable
Las circunstancias trazan, pues, la silueta de una catástrofe evitable, pero en Wang Fuk tanto dolor no deja espacio –todavía– a la indignación. «No estoy pensando en la corrupción, estoy muy conmovido por este despliegue», asegura con ojos llorosos Nelson. «Mis padres vivían en una de las torres pero estaban fuera de casa cuando el incendio empezó. Vi las noticias y acudí de inmediato a recogerles. Ahora se están quedando en mi casa», rememora el hombre, trabajador en la Universidad de la Ciudad de Hong Kong, quien, emocionado, acaba por echarse en brazos del reportero en busca de consuelo.
Ya son once las personas detenidas por su presunta responsabilidad en el incendio: siete están vinculadas al proyecto de reforma del complejo residencial y otras tres son directivos de la empresa que ejecutaba la obra
En la explanada, centenares de paseantes y curiosos contemplan, incrédulos, el negro espectro de los siete bloques calcinados. Entre la cháchara y el trajín se oye algún sollozo. En una esquina, un grupo de ancianos juega al ajedrez chino. Les contempla un niño que come una chocolatina mientras su cuidadora descansa inmersa en su teléfono móvil. La vida, por definición, sigue.
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