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Lucas posa con una de sus fotografías del Che. A. Ferreras | Vídeo: A.Ferreras/O.Chamorro

Cuando el Che visitó Madrid

Cuando aún no era un mito, el fotógrafo César Lucas recorrió junto a él las calles de la capital de España

Antonio Corbillón

Domingo, 8 de octubre 2017

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Los ojos abiertos del cadáver de Ernesto Che Guevara siguen interpelando a la historia medio siglo después de su ejecución, el 9 de octubre de 1967. Aquel día, el revolucionario argentino dio su última orden al hombre que le iba a fusilar en aquella escuelita boliviana de La Higuera: «¡Póngase firme y apunte bien. Va a matar a un hombre!». El lugar, rebautizado como San Ernesto de la Higuera, volverá a recibir la peregrinación habitual, y hoy, 50 años después, también habrá misa para celebrar la muerte de este santo civil. «Nadie muere mientras se le recuerde», suelen repetir los campesinos bolivianos.

Ha pasado el tiempo, pero el debate sobre el papel de Ernesto Che Guevara de la Serna (Rosario, Argentina 1928-La Higuera, 1967), como sus ojos, no acaba de cerrarse. Lo prueban la cantidad de biografías revisionistas que se publican sin cesar. Todas creen aportar algo nuevo sobre la vida y muerte de un hombre que convirtió su existencia en una ‘road movie’ revolucionaria, dispuesto a inmolarse en cualquier lucha que considerara liberadora. Siempre alerta con sus fieros principios de «odio intransigente al enemigo».

Casi todos esos análisis insisten en separar al hombre del icono. «La gente no compra la persona. Compra el mito. Personalmente dejaba mucho que desear. Hoy sería un terrorista que nos daría miedo», resume el divulgador histórico Fernando Díaz, que acaba de republicar ‘Vida y mentira de Ernesto Che Guevara’. En su texto, centrado en un «viaje ideológico a ninguna parte», profundiza en el niño bien que pasa de jugar al polo y al rugby en la rica Argentina de los años 30 a ideologizarse tras recorrer el continente, para «caer derrotado en todos los frentes menos en el de la muerte».

En una línea no muy distinta indaga el periodista e investigador Juan José Benítez, que presentó hace unas semanas ‘Tengo a papá’, otra recuperación de los últimos días de un personaje al que «la historia nos lo ha cambiado por completo». El título refleja la frase que transmitieron los militares bolivianos para certificar su captura. En su gira de presentación del texto, Benítez ha ahondado en el hombre, «déspota y muy miserable». En suma, «la mentira de todas las mentiras, desde cualquier punto de vista».

Quizás temiéndose el juicio sumario por este medio siglo, al rescate salió hace unos meses hasta su propio hermano pequeño, Juan Guevara. Ha sido el único de su familia que ha roto el silencio quirúrgico que han mantenido en su entorno. A pesar de tener 15 años menos, en ‘Mi hermano, el Che’ habla de ‘Ernestito’ (también le llamaban en casa ‘Fuser’ o ‘Chancho’) como un hombre «muy divertido y ocurrente, siempre con humor negro, que se reía de sí mismo y de los demás». Tuvo que ser el afecto de la consanguinidad, porque resulta estéril rastrear ese humor en cualquier otro manual. No era su fuerte.

Con permiso de Franco

Pero esta fecha también puede ser una oportunidad para recordar que hubo un Che Guevara español. Y que fue en Madrid donde adquirió la gorra estrellada, santo y seña de la imagen oficial del santón laico. «Sí, todavía hay gente que entra en mi tienda a pedir una igual», admite Federico Enguita, heredero de ‘La Favorita’, la más antigua sombrerería de Madrid, ubicada en su Plaza Mayor. Se la vendió su padre durante su visita en 1959 y, como no le acababa de convencer, Guevara se la puso al revés. La foto que le hizo el fotorreportero cubano Alberto Korda en marzo de 1960 mientras asistía a un funeral es, todavía, una de las imágenes más usadas del mundo. Se puede encontrar en pósters, camisetas y pins, y rivaliza con el poder comercial del plátano de Andy Warhol, el rostro de Mickey Mouse o la firma de Coca-Cola.

Una foto, la de la gorra y la estrella, que tal vez pudo hacer el también fotorreportero español César Lucas. Entonces tenía 18 años y pasó junto a él y su séquito las 24 horas que gastó Ernesto en Madrid entre el 13 y el 14 de junio de 1959. Tras el triunfo de la Revolución cubana, Fidel Castro le envió a una cumbre de países no alineados en El Cairo. El franquismo, dispuesto a abrir un poco sus cerraduras, permitió a aquella delegación cubana efectuar una escala técnica en la capital.

Antonio Olano, redactor del diario ‘Pueblo’ y al que la embajada cubana pidió que acompañara al Che, apostó por la juventud de Lucas, joven fotógrafo de la agencia Europa Press, para inmortalizar la visita del líder revolucionario. Entonces, al menos a ojos del mundo, todavía era Ernesto y no el Che. Ese 14 de junio cumplía 31 años. «No lo conocía nadie por la calle. Íbamos por Madrid, ellos de uniforme verde oliva, y sólo algunos se preguntaban quiénes serían. Incluso un viandante dijo: ‘parece que es Fidel Castro’». El séquito recorrió los lugares de Madrid que más interesaban al protagonista. De la Complutense a la plaza de toros de Vistalegre, pasando por Galerías Preciados, que se abrió en exclusiva para él, porque aquel día era festivo.

¿Cómo era Ernesto Guevara de trato?

– Poco puedo decir. Yo no me acerqué mucho. Sólo trataba de hacer bien las fotos y que se viera al personaje en Madrid, en sus lugares emblemáticos.

Ya jubilado, Lucas ha capturado en su carrera profesional algunas de las más impactantes imágenes de la España de este último medio siglo. Pero su primer trabajo profesional le llegó fuera de foco histórico. Los 38 negativos que le hizo a Guevara sólo se vieron reflejados en una breve nota a una columna y con una foto ‘careto’ en el diario ‘Pueblo’. Al menos, al despedirse en la escalerilla del avión en Barajas, el Che le regaló tres o cuatro puros. De vuelta al centro de Madrid, Antonio Olano y César Lucas no pudieron evitar el interrogatorio de la Policía franquista, que les había vigilado en todo momento: «¿Qué le habéis contado?, ¿de qué habéis hablado?...».

Sus 38 fotos durmieron el sueño del olvido durante 25 años. Fue el tiempo en que la maduración del mito acabó por eclosionar. En 1995, alguien recuperó de los cajones de Europa Press la imagen en la que el barbudo militarizado visitaba la Ciudad Universitaria, con el Arco de Triunfo de Moncloa tras él. La incluyó en la exposición ‘Las fuentes de la memoria’ que se pudo ver en Barcelona. «Al verla, la gente se preguntaba: Pero ¿cuándo ha estado el Che Guevara en España?», recuerda ahora César Lucas.

Su rastro por España se ha detectado al menos dos veces más. En septiembre de 1959, al retorno de aquella gira por el mundo, volvió a hacer escala en Madrid. Y en octubre de 1966, un año antes de su fusilamiento, regresó bajo el pasaporte de Ramón Benítez, un supuesto comerciante uruguayo.

Las apenas 24 horas de César Lucas junto al mito ayudan a entender las dos caras de la ‘marca’ Guevara. Él rozó al hombre. Y no le dejó mucha huella. Ni siquiera económica. «No conservé los negativos ni gané un duro por aquellas fotos. Pero no siento frustración. Siempre entendí que este trabajo de reportero gráfico es así».

La otra imagen tomó forma a partir del 9 de octubre de 1967, y la siguen enarbolando en lugares huérfanos de mitos a quien encomendarse. Por eso volverá a vivir su liturgia seglar hoy en San Ernesto de la Higuera.

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