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Hoy no empieza todo

Hoy no empieza todo

Rosa Palo

Viernes, 12 de abril 2019, 00:08

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Hoy empieza la campaña electoral. Y escribir eso, tan solo pensarlo, es más tonto que creer que la primavera comenzó el 20 de marzo, porque empezó mucho antes, exactamente en el preciso momento en el que entramos en una tienda con el gorro y la bufanda y nos topamos con las camisetas de tirantes y los bikinis: ahí fue cuando se originó un agujero espacio temporal entre la estepa siberiana y el chiringuito playero. Y ahí fue cuando comenzó nuestro Vía Crucis de dieta y elecciones.

Si hace semanas que la primavera se coló en las tiendas, hace aún más tiempo que la política entró en tromba en la televisión, en el sofá y hasta en la cama: miren que llevo años haciendo tríos con las mismas personas, a saber, mi santo y José Ramón de la Morena, pero hete aquí que, la otra noche, José Ramón se trajo a Pablo Iglesias. Y tanta novedad, pues como que no, que una es muy señora de provincias y muy conservadora para sus cosas de cintura para abajo y de oreja para arriba. Lo mismo me pasó a la hora de la siesta, al encontrarme con un debate entre Toni Cantó, Javier Maroto, María Jesús Montero y Noelia Vera. Mientras, Gabriel Rufián, Aitor Esteban y Jaume Alonso-Cuevillas estaban desterrados en la sala VIP esperando a intervenir, igual que cuando aparcan a Chelo en un cuartucho para que vea, vía monitor, cómo la despedazan sus compañeros. Y, animando el cotarro, Belén Esteban convertida en representante de los pensionistas. Aquello fue un 'crossover' tan gordo entre 'Sálvame' y 'Todo es mentira' que pensé que Rufián iba a 'Supervivientes' con la Pantoja. Para rematar, esta mañana he abierto una caja de cereales y me ha salido Santiago Abascal diciéndome que lo que tenía que tomar era café con leche y media de porras, que eso es lo que desayuna un buen español. Acabáramos.

Antes de que comenzara la campaña electoral, nosotros estábamos ya hasta la urna. Pero ellos, los políticos, también. De tener que hacerse los colegas, los enrollados. De exhibir la mejor de sus sonrisas. De tocar el bajo con Pablo Motos y de llevar empanada de bonito a casa de Bertín. De abrazar a niños inocentes y a señoras cardadas, de las que todavía se echan plis, de las que te cogen los carrillos entre las manos para estamparte un beso y te dejan los morros en la cara y Maderas de Oriente en el traje. Mi madre alucinaba cuando alguien le decía que yo era una tía simpática. «Con la mala follá que tienes con tu familia, se ve que toda la gracia te la dejas para los de fuera», me decía. Llevaba razón. A estos habrá que verlos en su casa. Mientras tanto, los vemos en la nuestra. A todas horas. Hoy no empieza todo, sino que sigue. Agotaítos nos tienen.

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