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Álvaro Morata, en una acción durante el partido ante el Swansea. Peter Cziborra (Reuters)
Morata, adaptación y lucha

Morata, adaptación y lucha

El español no marca ante el Swansea, pero da una clase de brega, disputa y pelea

manuel sánchez gómez

Madrid

Jueves, 30 de noviembre 2017, 03:38

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Menos de cuatro grados en el barrio londinense de Fulham, Álvaro Morata es de los primeros en saltar al césped. Se agacha, se santigua y mira a su alrededor. Las gradas de Stamford Bridge están semivacías, pese a que, en escasos minutos, comienza el choque entre el Chelsea y el Swansea. Al delantero, no le importa, el público llegará, siempre lo hace, aunque sea a última hora.

Pelo repeinado con gomina y medias hasta las rodillas, Morata, con ocho goles en la competición, buscará el noveno. Estará arropado por más españoles para ello. Pedro, Marcos Alonso y Cesc Fábregas también están en el once inicial. Se queda fuera César Azpilicueta, que tras 74 partidos consecutivos, no será de la partida de los 'Blues', pero su caso, será estudiado luego.

En la otra orilla, la del Swansea, vaga Roque Mesa. El canario, traspasado esta temporada al club galés, no está cumpliendo las expectativas, ni las suyas, ni las del equipo. Juega poco, y cuando lo hace, no parece encontrar su sitio en el campo. Pide el balón y parece dar instrucciones, pero su equipo se pierde entre los pelotazos a Wilfred Bony y las imprecisiones del desastre de Renato Sanches. Roque ha pasado del calor de Las Palmas al frío del sur de gales, y su juego parece haberse congelado con él. Su cara de incredulidad en el gol del Chelsea, el mejor reflejo de ello.

Pero, Morata. El español pelea, intenta bajar balones y buscar la portería contraria. Tiene oportunidades, una a la media vuelta de manera acrobática, la más clara, pero se encuentra con Fabianski, su némesis esta noche de miércoles. El polaco repele sus disparos, los de Pedro y también los de Alonso. Es el cupo español el que golpea, pero se encuentran con un muro inexpugnable. Tuvo que ser un rechace, recogido por el defensa Rudiger, el que rompiese la igualada en la segunda parte.

Pero, Morata. Álvaro se pega con los defensas Olsson, Mawson y Van der Hoorn, siempre sin premio. Su técnico Antonio Conte se desgañita en la banda, hasta que una serie de gritos al cuarto árbitro le cuestan la expulsión y su marcha al túnel de vestuarios, donde en una pantalla, tuvo que sufrir las paradas de Fabianski a Morata, primero en un remate de cabeza, y después en un mano a mano que pudo sentenciar el partido.

Sin suerte, caía al césped, se levantaba y se llevaba los aplausos y alaridos desde la grada. Un público que arropa a los suyos y que sabe que Morata será su faro esta temporada.

La desesperación le pudo y una tarjeta amarilla en los últimos instantes le confirmó como el bregador que es. Se fue sin marcar, pero con el trabajo bien hecho. Cuando el colegiado pitó el final, todos los futbolistas del Chelsea se fueron al centro del campo a saludarse con el equipo contrario, menos Álvaro.

El exfutbolista del Madrid se quitó unas protecciones de los brazos y saludó a Paul Clement, técnico del Swansea. Intercambiaron unas palabras, saludó a la grada y a compañeros del banquillo y fue el primero en encarar el túnel de vestuarios.

A la que Morata se fue, los suplentes del Chelsea saltaron al campo, a entrenar un rato, por no haber tenido minutos durante el encuentro. Entre ellos, César Azpilicueta. El grupo se ejercitó durante unos veinte minutos y cuando todos abandonaban el césped, Azpilicueta pidió un balón y se puso a dar toques unos instantes. Había roto una racha de 74 partidos consecutivos, y tenía ganas de fútbol. Tras unos cuantos malabarismos, devolvió la pelota, y con una sonrisa se metió a vestuarios.

Morata, por su parte, probablemente, abandonase el campo a pie, con los tres puntos bajo el brazo y el trabajo bien hecho. Sin goles, con frío y con una amarilla a sus espaldas. Así, caminando y sonriendo volvería a su residencia Morata, mientras tanto, Azpilicueta, probablemente, seguiría pensando en dar toques y juguetear con el balón, cuando dejaba atrás el campo de Stamford Bridge.

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