Pogacar y Vingegaard siempre están ahí
Van der Poel, nuevo líder tras ganar una intensa etapa por delante de los favoritos para vestir de amarillo en París
Jon Rivas
Domingo, 6 de julio 2025, 20:34
Está la Gendarmería con las orejas tiesas, porque los cacos aprietan, y lo hacen, como ordena el manual del ladrón eficaz, sin avisar y burlando ... al guarda de la puerta. Al Cofidis les robaron once bicicletas del camión taller la madrugada del domingo; 100.000 euros de estropicio, que cada bici cuesta como un coche de segunda mano, y trabajo extra para la fábrica de Look, que tuvo que abrir en festivo para reponer las existencias del equipo francés. Ya no van los gendarmes como cuando los interpretaba Louis de Funes, con su quepis y el uniforme marrón claro, sino que visten de azul y son, sin duda, más eficaces que la brigada que dirigía el cómico, pero todavía no han dado con los autores.
Nadie descansa en el Tour ni los días feriados porque son también, como los laborables, alguna de las 21 casillas que hay que rellenar para poder llegar a París. Nadie. Ni los cacos, ni los gendarmes, ni los fabricantes de bicicletas y mucho menos los ciclistas, que se levantaron con el morro torcido porque llovía a mares en el norte francés, se quedaron después atrapados con los autobuses en el embudo que se formó en las carreteras que conducían a la salida de Lauwin-Planque, una aldea de dos mil habitantes, que no está rodeada de autopistas precisamente, y tuvieron que salir con un cuarto de hora de retraso porque se juntaron los morros torcidos, los paraguas, la lluvia, el atasco y los camiones hundidos en el barro de la campa en la que les ordenaron estacionar.
Pero ni por eso dejaron de cumplir con su obligación los ciclistas, primero con el chubasquero, formando un pelotón de tonos grises y negros, a juego con las nubes, después ya con la ropa habitual de trabajo, esos maillots que cuesta discernir, porque muchos de los equipos que disputan el Tour aprovechan la ocasión para estrenarlos, como en una pasarela de moda. Y tuvieron tiempo para lucirlos en planos medios ante las cámaras de televisión, porque durante horas, los helicópteros no estuvieron operativos y no había tomas aéreas.
Pero hay indumentarias inconfundibles, como el jersey arcoíris de Pogacar, siempre a su bola, con los ciclistas de su equipo tratando de seguirle a todas partes en vez de ser al revés, porque él prefiere seguir a su instinto, y pese a todo, siempre está bien colocado. En la tercera etapa habrá que volver a resetear con el campeón esloveno, porque, casi sin pretenderlo, pasó primero el último puerto de montaña que le obliga a vestir con la prenda de puntos rojos. Tampoco se pierde nunca de vista el maillot negro y amarillo de Vingegaard, que quiere a ratos ser la sombra de Pogacar, y otras veces convertirse en el sol que ciega al esloveno. Se han disputado dos etapas de corte clásico, de esas que el Tour diseña desde tiempos inmemoriales para mayor gloria de los velocistas, y en ambas han sido perejil en la salsa, los niños en el bautizo y los novios en la boda, Pogacar y Vingegaard están allí, ya son segundo y tercero en la general, cuando, pocos años atrás, estarían sesteando en la zona discreta de la clasificación y dejando para los secundarios el protagonismo de las primeras etapas, en las que ronda el peligro en cada curva, en cada rotonda y en cada estrechamiento de la calzada, días en los que saltan las chispas en cada meta volante entre ciclistas irascibles como Milan y Girmay, peleados y discutiendo a voces por no se sabe qué en la disputa de unos puntos.
Etapa trampa
Pero a ellos les va la marcha, la vorágine. Cuando hace dos semanas se disputaron una llegada al sprint en el Dauphiné ya empezó a vislumbrarse lo que estaba por venir, que ya ha venido. Vingegaard aceleró para puntuar en la primera etapa en una tachuela de tercera categoría; Pogacar le replica al día siguiente poniéndose líder de la montaña. Ni las migajas dejan para los otros, aunque sí, porque el Tour está repleto de ciclistas brillantes, y siempre pueden encontrar una réplica puntual en corredores como Philipsen el primer día, o Van der Poel en Boulogne sur Mer, el puerto en el que Julio César embarcó a sus legiones para conquistar las islas británicas, cuando se llamaba Gesoriacum, cerca de la aldea gala en la que Asterix y los suyos resistían a los romanos. También resistió el ciclista belga para ganarles el duelo a los dos monstruos del ciclismo metidos en esos fregados secundarios, ganar la etapa y vestirse con el amarillo de líder.
Le costó lo suyo en una etapa trampa, que comenzó como siempre, con un grupo de escapados, cinco, que siempre estuvieron a tiro del pelotón. Era cuestión de lanzar la caña en el momento adecuado y tirar del hilo para meter a los pescaditos rebeldes en la cesta, así que cuando llegaron los dos repechos finales, se rompió el grupo y delante quedaron los de siempre y un grupo de secundarios, entre los que también estuvo Enric Mas. Van der Poel se filtró junto a la valla seguido por Pogacar y Vingegaard y resistió como los galos de Asterix, para dar la segunda victoria en dos etapas a su equipo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.