Yo ya lloro y seguiré llorando
Alos disfrutones nos puede la gula. Yo ya lloro y estoy llorando. Me he despedido de mis queridas albóndigas de doña Rosa Berrozpe, una cocinera sencilla y compleja, apasionada y discreta, una joya y una persona encantadora. Rosa habla de sus guisos y te acerca al relato de la gastronomía pura sin adjetivos, como sus escabeches de jurel o de conejo, con las setas con foie, como su ajoarriero fino y delicado o sus manitas rellenas. Una colección de recetas que son como los capítulos de Rayuela de Julio Cortázar, que puedes hincarle el diente por donde te dé la gana porque econtrarás sabor y sentido por cualquier lado. Y si me siento fan incondicional de Rosa, lo mismo digo de Abel, un fenómeno como camarero, un genio de la barra, de los vinos y del trato cara a cara con la clientela, que le adora (le adoramos) por esa entrega sin ambages a su gente. Siempre atento a lo que se cuece dentro y fuera, quién está, quién va a llegar, quién vendrá. Lo sabe todo. El pulso de la barra de madera oscura y africana respira por los poros de su piel. Sus gafillas y la sonrisa de niño rebelde que tomó un autobús hacia Madrid y que por esa forma que tienen los mapas de doblarse acabó parando en Logroño con un brevísimo capítulo burgalés: Pasó por el mítico Llacolén y diversas discotecas de la España de la apertura y de las suecas. Se va Don Chufo y nos vamos un poquito todos sus clientes y amigos. Tengo la sensación de que no se puede ser una cosa sin la otra. Y es una pena que nadie haya querido seguir la estela de Rosa en la cocina y de Abel en la barra. En tiempos de cocina de cuarta y quinta gama, locales así son una verdadera rareza cultural, un páramo gastronómico en la Españita que se va vaciando de contenidos aunque sea un paso de la Gran Vía logroñesa. Yo ya lloto y sigo llorando. Lloro por las albóndigas y los escabeches pero soy feliz porque Abel y Rosa merecen un descanso.