La coliflor merece una oportunidad

Es una verdura de la familia de las coles (brócoli, repollo, coles de Bruselas...) y todas ellas tienen unas características dietéticas similares.

Su parte comestible es la flor y aunque se puede consumir durante todo el año, su cultivo es típico de invierno. Como todas las verduras, es apta para dieta de adelgazamiento, ya que aporta un bajo contenido en calorías y abundante fibra, que además ayuda a regular el tránsito intestinal.

Tiene grandes cantidades de vitamina A (importante para la visión, el funcionamiento del sistema inmunitario y la reproducción), vitamina K (interviene en la coagulación sanguínea y trabaja junto a las proteínas en la formación de tejidos) y vitaminas del grupo B (fundamental para el transporte de oxígeno). Si contemplamos el aporte de minerales destacan el potasio (ayuda a las contracciones musculares, impulsos nerviosos y regulación de la hidratación) y fósforo (formación de huesos y dientes), además de una discreta cantidad de magnesio, hierro y calcio.

La coliflor no va a sustituir por su aporte de hierro a un filete ni a un lácteo por el calcio, pero sí aporta una cantidad importante a tener en cuenta en caso de necesitar un aporte extra de estos minerales.

El bajo aporte de sodio y alto en potasio le confiere propiedad diurética, ideal si se padece retención de líquidos y los ácidos grasos omega 3 junto a la vitamina K la convierten en un alimento antinflamatorio.

La coliflor se puede consumir cocinada pero también cruda. Nos proporciona muchas posibilidades en la cocina como hervida, al vapor, asadas, salteada, en cremas o sopas, frita...

Si no te gusta cocinada de un modo, dale la oportunidad de otra manera, puedes comerla, por ejemplo, con bechamel de forma tradicional, encurtida en ensalada o probar versiones más modernas como triturada (imitando al arroz), en filetes especiada al horno o cocinarla en tempura. Merece la pena darle una oportunidad.